Rodrigo Cortés: «En Blackwood, el terror surge del tránsito oscuro que es la adolescencia»
CULTURA
El director estrena un filme con Uma Thurman al frente en el que aborda el precio del genio y el talento del creador
29 jul 2018 . Actualizado a las 09:34 h.Rodrigo Cortés (Pazos Ermos, Cenlle, 1973) regresa este viernes a las salas de cine como director. Lo hace con Blackwood, adaptación del clásico juvenil de terror Down a Dark Hall, de Lois Duncan, autora también de Sé lo que hicisteis el último verano. A diferencia de las adaptaciones slasher filmadas a partir este último libro, Cortés indaga en la psicología y anatomía del miedo para entregar una película sin sustos o persecuciones, pero con el terror en su centro.
-Este género del terror para adolescentes tiene sus códigos y clichés. ¿Cómo ha abordado la historia para huir del tópico?
-No diría tanto que es terror para adolescentes como sobre ellos, ni siquiera invoca un término que ha acabado convirtiéndose en despectivo, sino a personajes reales de unos 16 años, niñas, concretamente, sometidas a fuerzas superiores a ellas. El terror surge, en el fondo, del propio tránsito oscuro que es la adolescencia, manifestado en lo fílmico a través de una amenaza exterior. Pero la película no sigue el camino de las sagas recientes que todos tenemos en la cabeza, sino el de esa edad de oro en que el género se tomaba en serio a sí mismo y lograba interpretaciones dramáticas de primer orden: Polanski, Nicholas Roeg, Peter Weir… La película es elegante y, creo, hermosa. Y parte de su belleza surge de la oscuridad.
-¿Qué van a encontrar que no hayan podido encontrar en otras películas del género?
-La película se dirige a todos, pero no descree del público joven: se muestra implacable también con él, le habla de tú a tú. La premisa es cruel, como lo es su subtexto; acaba haciendo resonar una reflexión sobre el arte como laguna negra de poder transformador, para bien y para mal. El precio de la genialidad y el talento. El camino de renuncia del creador. Cómo alcanzar grandes logros que no estén sostenidos en la disciplina y el esfuerzo acaba por cobrarse su propio precio, que a menudo es uno mismo. No es una película de sustos, ni de portazos, ni un slasher de persecuciones por los pasillos de un internado. Aunque el espectador mirará hacia atrás de vez en cuando para asegurarse de que todo va bien.
-Estas producciones se suelen asociar a trabajos de encargo para un estudio...
-Yo lo asocio más al cine clásico, cuando autores como Powell y Pressburger (Las zapatillas rojas, Los cuentos de Hoffmann, Narciso negro) hacían historias de gran penetración popular a través de las cuales manifestaban su sensibilidad sobre el arte y la vida. Creaban mundos singulares en que cada peldaño era como ellos decidían y cada color o tela expresaban algo profundo.
-La convención también sostiene que estas películas las suele firmar un «artesano» frente al «artista» del cine independiente. Pero, frente al lugar común, ¿cuánto hay suyo en el filme?
-La expresión de su mundo interno es el destino inevitable de todo narrador dispuesto a dejarse algo de sí en el camino. Lo diré de un modo más simple: he trabajado mucho para que esta sea mi cuarta película y no mi primera película de estudio.
«Trabajar con un reparto femenino y joven me permitía aprender cosas nuevas»
Uma Thurman encabeza un reparto casi exclusivamente femenino, en el que también se encuentran AnnaSophia Robb, Isabelle Fuhrman, Victoria Morales y Rosie Day.
-El camino natural habría sido elegir a una actriz francesa para interpretar a madame Duret, pero Uma tiene una energía eurocéntrica y sofisticada, y una belleza intemporal. Pensar en Uma Thurman es tanto pensar en Pulp Fiction como en Henry & June o en Las amistades peligrosas. Es tan inteligente y elegante como parece, y tiene a la vez el carácter de un taxista neoyorquino: a los cinco minutos estábamos gritándonos sin ninguna reverencia. El resto de actrices, todas muy jóvenes, tiene también un talento espectacular. Uma las trató siempre como actrices, nunca como niñas. Traté de ir con ellas a zonas muy expuestas, muy comprometidas actoralmente, como habría hecho con cualquier otra actriz.
-¿Qué opina de lo que ha ocurrido este año a raíz del movimiento Me Too, especialmente? ¿Se podría hacer una lectura de Blackwood siguiendo alguna de esas claves?
-Todo puede leerse como uno quiera o como a uno le convenga, que es lo que normalmente sucede. Trabajar con un reparto femenino me permitía aprender cosas nuevas, mover músculos nuevos, tanto como el hecho de que fueran tan jóvenes. Hacer, sin embargo, de cada acto la expresión mesiánica de un pretendido mandato social es tan estéril como improcedente. En Blackwood el 95% del reparto es femenino, como en Los doce de patíbulo es masculino. En uno y otro caso, sus historias demandan que así sea: es natural.
-Antes citaba a Polanski, uno de los directores que ha visto cómo el Me Too ha reactivado causas en su contra. ¿Qué opina de ese revisionismo de su obra o de la negativa de intérpretes a trabajar con estos directores?
-Si alguien está dispuesto a contribuir con sus palabras a acabar con una carrera, tal vez con una vida, debería también estarlo a hacerse personalmente responsable de las consecuencias concretas de sus actos. Y, ¿es así? Mi única sugerencia pasaría por recordar que no es obligatorio tener opinión sobre todo. Y que nuestra posición sobre casi cualquier cosa suele responder antes a un prejuicio, una postura ideológica o un deseo de proyectar una imagen personal ante el mundo que a los hechos en sí (sobre los que casi nunca sabemos -ni podemos saber- nada).
«El deber de todo director es tratar de elevar su guion»
Blackwood posee una atmósfera particular resultado de la suma de todos los elementos de la película, especialmente la dirección de arte y la música.
-Pero ¿cómo se consigue el equilibrio para que un elemento no robe el protagonismo a los demás y arruine el resultado?
-El deber de todo director es tratar de elevar su guion, por bueno que sea; esa es, en cierto modo, su función. Como creo que dirigir es literalmente eso: marcar la dirección. Si un director sabe adónde va, se asegurará de que la luz, el sonido, el lenguaje de cámara, las interpretaciones, narren la misma película, alineados en un solo sentido. Así se construye eso que llamamos atmósfera, que debe ser tocable y precisa, y debe envolverlo todo. La música -uno de esos elementos- tiene en Blackwood una fuerza especial, ya que su protagonista la ejecuta convertida en virtuosa de un modo inexplicable. Nos hemos esforzado mucho en definir la física del instrumento, su brutal complejidad, el sonido de los dedos golpeando las teclas, el pedal creando su particular retumbo en la caja de resonancia, la inclemencia de un instrumento que exige dolor para ser domado.
-Sin duda, la construcción de la academia ha sido todo un reto. ¿Cómo fue ese proceso?
-La creamos desde cero, diseñando y construyéndolo todo. Víctor Molero y su equipo han hecho un trabajo increíble (completado de forma impecable por los efectos visuales de Lamppost, indistinguibles de la realidad). Como la historia tiene un espíritu gótico, nos impusimos recorrer otro camino en lo arquitectónico, huyendo de las volutas y las contracurvas, buscando la recta, evitando relojes de cuco, telarañas, vidrieras de colores, primando el ambiente académico y cierta frialdad (que la historia destruye). Construir un mundo completo te permite dar vida a una casa que debe evolucionar de forma casi biológica. La academia Blackwood que abre la película no es la que la cierra.