Poniatowska conjura sus demonios familiares

Miguel Lorenci, Héctor J. Porto COLPISA / LA VOZ

CULTURA

Sashenka Gutiérrez | EFE

En su novela «El amante polaco» cruza su biografía con la de su antepasado el ultimo rey de Polonia, y desvela la violación de la que nació su primer hijo

05 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con 90 años cumplidos, la escritora mexicana y Premio Cervantes Elena Poniatowska (París, 1932) firma su libro más personal y ambicioso. En las casi 900 páginas de El amante polaco (Seix Barral) conjura todos sus demonios familiares. Recorre la historia de los Poniatowski, la aristocrática saga polaca de la que proviene, y la cruza con su propia vida, con sus alegrías y tristezas. Entre ellas, la violación que sufrió con 22 años y de la que nació su primer hijo. El abusador fue un notable escritor e intelectual, Juan José Arreola, muerto en el 2001 y a quien cita solo como «el maestro». Al narrar el episodio silenciado durante años, llena «un agujero negro» de su biografía.

Relata el auge y la caída del último rey de Polonia, Estanislao II Poniatowski, su egregio antepasado. Se remonta a 1742 cuando el pequeño Estanislao escucha las hazañas familiares sin imaginar qué le reserva el destino: una apasionada relación con Catalina la Grande, su llegada al trono y las conspiraciones para destruir su reino.

Dos siglos después, con nueve años, Elena llega a México huyendo de la guerra que incendia Europa. Se entrega a una vida volcada en la escritura, marcada por encuentros con políticos y guerrilleros, pero también por amores y terribles pérdidas. «Son vidas paralelas unidas por el amor y sus desdichas, por el aprecio a la literatura y a las bellas artes», explica la autora desde su domicilio en Ciudad de México.

«Siempre tuve el prurito infantil de decir la verdad», justifica su tardía necesidad de contar públicamente su violación. «No podía dejar ese hueco, ese agujero negro en mi vida, aunque ese capítulo me costó mucho afrontarlo. Lo consulté con mi hijo, que leyó lo que escribí y le pareció bien. Era la única persona con quien tenía la obligación moral de hacerlo», señala Poniatowska, que admite que para su familia fue «liberador» acabar con 64 años de silencio. «Tuve una educación religiosa y juré ante una bandera scout decir siempre la verdad. La culpa te acosa y más con una educación así. Soy muy culpógena y tengo más tendencia a hablar mal de mí que de los demás», afirma.

Alumbró a su hijo Mane en Roma, en un convento de monjas. «Durante tres meses nadie me dirigió la palabra. Era como la muchacha apestada. Incluso la tía que me acompañó y que pensó adoptar a mi hijo dijo que me dejarían escribir novelas pero no vivirlas», ironiza para añadir que le salía como «el grito de una chavita» al reclamarle que la adoptara a ella en vez de al crío.

Cree en las lecciones del pasado y que «los mandatarios de hoy tendrían bastante que aprender de Poniatowski», su noble antepasado, un ilustrado «que era muy sensible» y que pagó caro sus amoríos con la todopoderosa Catalina de Rusia. «Si te enamoras te quedas cuchiplanchado, como decimos acá, y así se quedó él, aplastado por los caprichos de Catalina la Grande», dice la escritora con una pícara sonrisa. El amante despechado debió después luchar contra Rusia, que logró borrar a Polonia del mapa en el siglo XVIII.

Ella, con 24 o 25 años, quiso aprender polaco para estar más cerca de sus raíces, pero era demasiado difícil y no tenía con quien practicar. Pese a las clases que tomó, lamenta, conoce solo unas cuantas palabras. Es algo que le duele, admite.

Rusia, mala vecindad

Aborda la historia de Polonia en los últimos dos siglos, marcada por la malhadada vecindad de Rusia «que ha sido fatal para Ucrania, como lo fue siempre para Polonia». «Los rusos son expansionistas. Se apropian y comen la tierra y las vidas de sus vecinos. Se van imponiendo en todas partes», lamenta. «Putin no ha dado el menor ejemplo de ser un hombre generoso ni inteligente. Es un tirano y sus acciones son las de un tirano», zanja.

No comparte Poniatowska con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, su afán por reclamar a España que pida perdón por los abusos de la conquista. «Han pasado tantos años que me parece absurdo que haya que pedir perdón. No suscribo lo que exige López Obrador. Es una petición anacrónica y absurda», insiste.

La obra de Poniatowska es un espejo del México del último siglo, pero lo que ve ahora, con narcotráfico, violencia desatada, feminicidios, asesinatos de periodistas y pobreza galopante, le escuece. «Es un reflejo que nos lástima mucho. Soy feminista y los feminicidios y el maltrato a la mujer son un drama. Se abusa de las campesinas que hacen aquí los trabajos domésticos por sueldos míseros o por nada —denuncia—, y que dependen de la voluntad y la generosidad de sus empleadores». «Conocí a una muchacha a quien le exigían dormir en el suelo al lado de la señora. Que fuera su felpudo y soportara sus pisotones al levantarse», cuenta esta luchadora por la igualdad. «Siempre hay que denunciar el maltrato y el abuso de los poderosos», reclama. Pero esto, agrega, es un mal generalizado, no solo de México sino de toda América Latina.

Evoca el ejemplo valiente de su madre, Paula Amor de Poniatowski, una mexicana francesa muy bella «que condujo ambulancias durante la Segunda Guerra Mundial y por las noches manejaba con los faros apagados por miedo a los alemanes. En uno de sus viajes vio un burrito abandonado en medio de un prado en pleno bombardeo y le dio tanta pena que lo subió a la camioneta y le salvó la vida», relata. Precisamente, ahora trabaja en una nueva novela en torno a ella.

La escritora trabaja «como una hormiguita» y sabe escuchar

La Poni, como la llaman los suyos, llega a los 90 años con la cabeza en su sitio, una salud aceptable y sin perder la ganas de dar guerra. Aunque reconoce que nunca tiene claros los objetivos, trabaja «como una hormiga todos los días, como una niña buena que no quiere quedarse rezagada», explica la combativa escritora. «Si acaso —matiza—, no siento más que he tenido objetivos muy pequeños». En lo que atañe a este libro, fueron: «Recordar a mi familia, ver quién diablos somos, qué representamos, qué importancia tiene». Ese trabajo de indagación, dice, tuvo momentos muy iluminadores y de mucha alegría. Con eso ya se siente pagada.

Poniatowska cumple su cita dominical con los lectores del diario La Jornada —un tabloide de izquierdas en el que trabaja desde su fundación— y añora las entrevistas, «que he hecho toda mi vida». «Las adoro. Me gusta muchísimo ir al otro y preguntar. Cuando intenté hacer editoriales, sacar de mi propio pecho alguna opinión política, me aburría. Pontificaba y no era mi manera de ser. Mi mejor virtud es escuchar. Escucho tanto que ya no oigo ni mi propia voz», anota no sin humor para volver sobre su defensa de la labor periodística de la entrevista a pesar de que no se valora: «Se considera que el mérito es pequeño, que no eres protagonista».

Igual de trabajadora y perseverante fue con el español, una lengua en la que no se formó y que no era la suya. Pero a fuerza de «machetearla todos los días», y con la lectura de los grandes escritores, se fue haciendo con ella.