Lois Patiño sube varios peldaños en su indagación del gran cine sensorial

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

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«Samsara», exhibida en la Berlinale, supone una cima del entrañamiento, un metafísico vaso comunicante, un «cierra los ojos» que viaja de Laos a Zanzíbar

21 feb 2023 . Actualizado a las 05:01 h.

Veo Samsara, la tercera presencia de Lois Patiño en la Berlinale en ediciones consecutivas. Esta vez en la sección Encounters, lugar reservado en esta nueva etapa con Carlo Chatrian como director artístico del festival para las más apreciadas apuestas de riesgo. Y en las imágenes de esta película se respira el ascenso de la obra de Patiño en magnitud, como exploración del gran cine de los sentidos. Es un proceso de superación que se puede apreciar desde la ya enorme Lúa vermella, vista aquí en febrero del 2020 como cine abisal que parecería atender al horror vacui planetario al que nos asomábamos, y a través de la nocturnidad cosmogónica indeleble de El sembrador de estrellas en la pasada edición de este certamen. Para llegar a este nuevo estadio que es Samsara y a su profundo asentamiento en la calma, casi como una necesidad. Así hay que entender el viaje del cineasta vigués después de la furia que casi succionaba la energía desde la pantalla fagocitadora de Lúa vermella. Y tras la belleza inquietante —por las concomitancias de la noche que no acaba y que susurra citas muchas de ellas perturbadoras— en El sembrador de estrellas.

Samsara es un acto del gran cine del entrañamiento, entendido en su literalidad, como una íntima unión. Y esta es la manera en la cual se fusiona y se permea la acción entre dos lugares, un templo budista de Laos y las marismas de Zanzíbar, en Tanzania, a partir de vasos comunicantes metafísicos, en los antípodas de la celeridad del metaverso que se encarna ahora mismo en algunas memas y exitosas pseudopelículas norteamericanas. El parteaguas que se presenta como nuclear en Samsara es una experiencia que procede de la idea de reencarnación budista. Y la petición de Patiño al espectador para que transite por ese puente prescindiendo de la vista y recibiendo en la oscuridad flashes y efectos lumínicos reactivos es una propuesta de radical coraje, un más allá en ese universo inmersivo que es motor de los mejores impulsos de este autor. Este cierra los ojos es una declaración —también— de mayúsculo amor y confianza en el cine en pantalla grande. Porque resulta literalmente imposible disfrutar de esta experiencia rupturista —que tendrá largo recorrido— si no es en una sala de proyección.

La belleza de las imágenes y el ritmo del lado del río de la vida en Laos es otro hito en la colaboración de Patiño con Mauro Herce, maestro de la luz esencial no solo en el cine del vigués sino en el del Novo Cinema Galego. Una fuerza que acompaña el trayecto experimental con la sala en oscuridad quebrada. Y que transita hacia esas mujeres que trabajan frutos del mar en la legendaria Zanzíbar: el puerto de los esclavos, entre Arabia y la India. Y la presencia de los masái. Otra vez los ecos del mito a partir de un guion escrito esta vez por Patiño y Garbiñe Ortega. Y Samsara engrandecida, como un viaje para el cual el director negocia con su espectador una participación activa y necesaria. Qué mayor revolución democrática en tiempos de la robotización del consumo de imágenes en plataformas que esta confianza ciega y bella en la vida, en el arte y en sus mutaciones.

En la sección oficial asisto a la primera película realmente esencial del concurso. La cinta mexicana Tótem, de Lila Avilés, se centra en la fiesta de cumpleaños que debe ser la última de un hombre joven y fatalmente enfermo. Sobre ese telón de fondo, Avilés compone y coreografía una obra coral de impacto emocional y artístico elevadísimo. Aliña la inevitable tristeza con un baño de celebración de la existencia, de la amistad. Creo que desde El espíritu de la colmena no había visto la mirada de una niña tan noblemente potenciada como aquí. Y el arranque de esta liturgia, de lo que va a ser una elegía en vida, ofrece un banquete de loquísima comicidad muy mexicana, donde santos y demonios se confabulan para avisarnos de que se aproxima una ola de cine de sensibilidad y altura inauditos. Se llama Tótem. Y es, ciertamente, en su falsa sencillez, un precioso, sagrado, miraculoso monumento construido desde lo más chiquito.