Arturo Pérez-Reverte: «El lector es mi obsesión y no quiero decepcionarlo»

miguel lorenci COLPISA

CULTURA

Alfaguara / Jeosm | EFE

En un giro en su trayectoria publica «El problema final», «un duelo entre el lector y el autor» con el que homenajea a Conan Doyle, Sherlock Holmes y Agatha Christie

06 sep 2023 . Actualizado a las 08:55 h.

«No hay nada más triste que un escritor que está muerto y no lo sabe». Lo dice sin ningún ánimo de epatar Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), que, muy vivo, presentó este martes en Londres su nueva novela: ‘El problema final' (Alfaguara). Rinde homenaje a grandes maestros como Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, y recupera con una original trama un género olvidado, el de la novela-problema. «Es un duelo entre el lector y el autor lleno de guiños» promete.

«Elemental, querido lector», cabría decir de una ficción que recupera el alma de Holmes a través de un actor en horas bajas que lo encarnó en el cine. Es un homenaje a uno de los detectives más importantes e influyentes de todos los tiempos, a su autor, Arthur Conan Doyle, al actor que le dio su rostro y su imagen, Basil Rathbone y al cine. También «a la ficción y a su indiscutible influjo en la realidad».

 Hopalong Basil, el actor trasunto de Rathbone que encarnó durante casi toda la vida profesional a Holmes, se convierte en detective por designación. Tendrá que desvelar una inquietante serie de asesinatos cometidos en una diminuta e imaginaria isla griega, Utakos, cerca de Corfú, donde una decena de personajes quedan atrapados en un decadente hotelito. En este planteamiento clásico, un refinado español, Paco Foxá, se convierte en una suerte de Watson y el propio escritor,  que se trasluce en la novela, reconoce que «al final yo soy Moriarty».

«No es una novela negra, es una novela-problema y la diferencia es muy importante», advierte tajante su autor. Rescata un género olvidado y recorre sus antecedentes y precedentes. «Lo policial nace en el siglo XIX y llega a su apogeo con Conan Doyle y la novela-problema, sin vísceras, sin sangre. La que requiere una investigación intelectual casi matemática», señala.

Y es que cree Pérez-Reverte que «el género negro casi está muerto por saturación». «Se ha escrito tanta novela negra, tanto se ha abusado, que se vulgariza y se bastardea. Las hay buenas, mediocres y malas, pero los editores llevan a las mesas novedades mediocres», lamenta. «Poe inaugura el enigma policial con El asesinato en la calle Morgue. Tras Holmes, surgió más adelante la reacción de Chandler y Hammet y Simenon, que están más centrados en el protagonista, hasta que llega la novela negra y sustituye al enigma. Chandler y Hammet, que eran buenísimos, enterraron a Sherlock Holmes», dice el escritor que ahora recupera el espíritu deductivo de Holmes en un paseo por Baker Street, donde estuvo el domicilio del investigador más universal, en el 221b de la calle, donde hoy se alza un chocante museo.

Ante esa inflación de novelas sanguinolentas y con asesinos en serie ha querido Pérez-Reverte recuperar «aquella novela elegante que se resuelve en el cerebro del investigador y en la que importa más el cómo que el quién y el por qué», dice.

«Escribo novelas para ser feliz y hacer feliz al lector, y el lector es mi obsesión. Es mi amigo y no quiero decepcionarlo», precisa este prestidigitador de palabras y ficciones . Y es que ha creído siempre y cree ahora que «el juego es la clave de la literatura». «Sigo jugando. No me pongo trascendente. Soy un lector que escribe novelas sabiendo que la vida y la literatura son un juego», reitera. «Le pido al lector que juegue conmigo, que resolvamos juntos ese problema con una novela como las de antes, llena de trampantojos. ‘Empieza el juego', le decía Holmes a Watson», recuerda.

Saqueo

Reconoce el escritor y académico haber «saqueado sin escrúpulos a los grandes autores del género policial y a otros menos conocidos» y que de Holmes ha robado «su talento deductivo». Admite también sin tapujos que es la novela «que más veces he reescrito» y que con ella tiende «una emboscada a un lector cómplice al que siempre hago caso». «Llevo más de treinta años escribiendo novelas y conozco el oficio; quiero que el lector disfrute como un gorrino en un maizal y que diga ‘qué hijo de puta eres Reverte'», dice risueño, ofreciendo una novela en la que asegura «están todas mis claves».

Sostiene que las novelas «son necesidades» pero que el género es «una herramienta». «No soy un artista, soy un artesano. No me siento ante el papel con la agonía y la angustia de la página en blanco», dice risueño y sin tocar apenas la comida que le ha servido en el restaurante londinense en el que despacha con la prensa.

Muy lúcido, antes el final que «nos acecha todos sin fecha», sabe que en lo literario será el lector quien le avise de que llega el final. «De las diez o quince novelas que tengo en la cabeza muchas morirán conmigo», dice. Asegura que ya fue el lector quien le advirtió cuando la serie del Capitán Alatriste había tocado techo. Que le hizo entender que era tiempo de cortar y dejarlo en barbecho, igual que Conan Doyle hizo con su Sherlock Holmes, al que mató en el relato El problema final del que su novela toma el título, y que acabaría resucitando. «A mí me gustaría rematar a Alatriste. Si vivo, quiero terminar las dos ‘alatristes' que me faltan». apostilla risueño. «Eso sí, en mis novelas nunca veréis un teléfono móvil», dice mostrando la antigualla de Nokia que porta en el bolsillo de su pantalón. Solo llamadas. Nada de Internet o redes sociales.