Adiós a Rosalía Dans, Rosario la Galana, icono de la televisión de los años 80, espíritu libre que dejó el cine por la pintura y la poesía

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Rosalía Dans, caracterizada como Rosario en la serie «Los gozos y las sombras».
Rosalía Dans, caracterizada como Rosario en la serie «Los gozos y las sombras». TVE

La actriz gallega falleció en Madrid a los 68 años solo unos días después de que se inaugurase en Curtis la casa museo dedicada a su madre, María Antonia Dans. Su salto a la popularidad llegó con su papel en la serie de TVE «Los gozos y las sombras»

19 mar 2024 . Actualizado a las 15:25 h.

«La tierra / el negro / el ocre / el añil / el dorado. Ya se acerca la tierra anaranjada». Cobran ecos premonitorios de despedida estos versos de Rosalía Dans (A Coruña, 1955), que este lunes falleció en Madrid, donde pasó buena parte de su vida pese a que no había olvidado su hogar en Curtis, terruño de su madre, la pintora María Antonia Dans (Oza dos Ríos, 1922-Madrid, 1988). Precisamente, el pasado miércoles se inauguró la casa-museo dedicada a su madre, encuentro al que no pudo asistir; y disculpó su ausencia —había colaborado activamente en el proyecto— en una breve y cariñosa nota manuscrita que remitió alegando su delicado estado de salud. «Queremos enviar as nosas condolencias a familia e amigos e, por suposto, mostrar o noso profundo agradecemento a unha muller que sempre mostrou constante interese, dedicación e compromiso co benestar do pobo curtense. Ademais da súa contribución á arte e a cultura, grazas a esa entrega fíxose realidade a Casa-Museo María Antonia Dans», recordó el gobierno local.

Rosalía Dans, en el centro de la imagen, en su última visita a Curtis, durante los trámites para la creación de la casa museo de su madre, María Antonia Dans.
Rosalía Dans, en el centro de la imagen, en su última visita a Curtis, durante los trámites para la creación de la casa museo de su madre, María Antonia Dans.

Artista total, Rosalía Dans saltó a la fama por sus trabajos en el cine y la televisión, especialmente en la serie Los gozos y las sombras (1982), gran producción de TVE en la que el realizador Rafael Moreno Alba adaptó la novela del escritor ferrolano Gonzalo Torrente Ballester. La alta carga erótica de aquel relato hizo que tanto ella —que interpretaba a Rosario la Galana— como Charo López se convirtieran en mitos eróticos de la España todavía en fase de desperezamiento de las muchas estrecheces heredadas del tardofranquismo. Fue de este modo como en septiembre de ese mismo año Rosalía Dans ocupó en sinuosa pose la portada de la revista Interviú —con un amplio y no menos sinuoso reportaje en las páginas interiores—, cuyo eco en aquellos días es hoy difícil de medir e imaginar.

Se erigió enseguida en uno de los rostros decisivos de la televisión de los ochenta. Encarnó papeles como el de Leocadia en la serie Goya (1985) dirigida por José Ramón Larraz y otros más pequeños, en ficciones como Anillos de oro (1983), Las aventuras de Pepe Carvalho (1986) y Lorca, muerte de un poeta (1987). La gran pantalla también la reclamó para dejar su huella en filmes como La gran comedia (Juan Pinzás, 1986), Gallego (Manuel Octavio Gómez, 1988), Amanece, que no es poco (José Luis Cuerda, 1989) y La seducción del caos (Basilio Martín Patino, 1990).

Rosalía Dans -hija de la pintora María Antonia Dans y el periodista y escritor Celso Collazo Lema- , posando junto a uno de sus cuadros en la exposición de sus pinturas en A Coruña en 1989.
Rosalía Dans -hija de la pintora María Antonia Dans y el periodista y escritor Celso Collazo Lema- , posando junto a uno de sus cuadros en la exposición de sus pinturas en A Coruña en 1989. Xosé Castro

Pero los oropeles y el ruido del negocio audiovisual —de los que se refugiaba por temporadas en Curtis— la fueron agotando, y terminó por dejarlo. La llamada de la pintura estaba ahí, era muy poderosa, de hecho, decía, le daba la calma que necesitaba y estaba dentro de sí desde que era una niña, ya que había aprendido a pintar al tiempo que empezaba a hablar. Se lo debía a su madre. «Dibujaría un mundo con dos alas / mi alma, / una a cada lado del círculo. / Y el mundo... / en vez de girar sobre sí mismo, / volaría... / como una pluma descompuesta / en tu alma de espacio». La búsqueda de los pinceles era la misma que experimentaba en la escritura, y estaba ligada a la filosofía vital, a un cierto camino trascendente y un particular sentido de lo sagrado —con vínculos en la espiritualidad oriental—. La evocación en su obra de autores como Miró, Klee y Kandinsky está muy presente. Ella apelaba a los sentidos, a la belleza, a la alegría, como hacía en su propia vida, de inclinación hedonista, admitía, y poco dada a la constancia profesional y al esfuerzo en la autopromoción, que siempre descuidó. Reconocía que eso había contribuido también a su alejamiento paulatino del cine.

Era una artista multidisciplinar, un hermoso espíritu libérrimo, que nunca quiso la especialización ni hizo una empresa de sus talentos. Tenía claro que la vida estaba en otra parte. Quizá en las pequeñas cosas. «¿Sabes? / Yo te tengo en la cabeza. / En la cabeza de mi cama enamorada, / dos violetas: una rosa, una azul, / y una estampa pequeña. / ¿Ves mi cielo, / allá... lejos... / cerquita del mar, / y el mar... / poquito a poquito llorando su orilla?».