El grupo, comandado por el músico y actor estadounidense, desplegó en O Son do Camiño un arsenal de espectáculo en medio de canciones bien defendidas
02 jun 2024 . Actualizado a las 13:46 h.A Jared Leto le gusta lo justo que encasillen a Thirty Seconds To Mars como «la banda de Jared Leto». Pero ocurre que él mismo lo pone difícil. Su extravagante personalidad, su facilidad para convertirse en showman y su obsesión por dar el espectáculo —en el buen sentido de la expresión— son la seña de identidad de cada uno de los conciertos del grupo. Ocurrió este sábado en O Son do Camiño. Leto contribuyó a poner un broche de oro al festival con 90 minutos de show en los que, más allá de la música, no dejaron nunca de pasar cosas.
El reloj marcaba las once y media de la noche cuando sobre las pantallas del escenario de O Monte do Gozo empezó una cuenta atrás de 90 segundos. Se paró en el treinta, en honor al nombre de grupo. Sonó Up in the Air y Jared Leto irrumpió en la tarima con un excéntrico vestuario de capa plateada que ya es marca de la casa.
Leto fue actor antes que cantante. Ya había firmado algún papel exitoso cuando en 1998 fundó junto a su hermano Shannon Leto —batería— un grupo de música. Nació aquel año Thirty Seconds To Mars y, desde entonces, Leto lleva un par de décadas manteniendo con altura dos disciplinas: la de intérprete y la de estrella del rock. Interpretar bien este último papel requiere muchas dosis de euforia colectiva y en eso se empeña Leto en sus conciertos. No habían sonado más que dos canciones cuando empezó a subir público al escenario. «Quiero que suban los peores bailarines que hay aquí», gritó. Y los hermanos hicieron sonar entonces Rescue Me mientras una decena de fans bailaba sobre la tarima. No serían los últimos en subir.
Como actor, Leto ganó un Óscar en el 2014 gracias a su papel Dallas Buyers Club. Como músico, ha levantado un grupo con el que poder hacer rock de estadio. Es difícil encasillar a Thirty Seconds to Mars en un estilo concreto y ese es en realidad el que más podría definirles. Sus primeros discos se parecían más a Pink Floyd, los últimos tienen más de Imagine Dragons e, incluso, de Coldplay. Sucede especialmente en temas como el hipnótico Seasons o Walk on Water, tocados en la primera parte del concierto, que abrazan la electrónica, en detrimento de las guitarras.
La atmósfera de épica que se crea con la primera canción se mantiene intacta hasta el final gracias al karaoke conjunto que es Hurricane y a un Leto que literalmente escala el escenario en This is War. El estadounidense trepa por el metal con bastante facilidad al final de la canción. No es nuevo. El año pasado escaló literalmente el Empire State de Nueva York solo para anunciar su gira. Así que subido a la mismísima cima de O Son do Camiño, Leto siguió las directrices conocidas de cantar y hacer cantar, y gritar y hacer gritar. Y funcionó.
Tras el océano de linternas levantadas que es City of Angels, se acercaba el final. Ya había caído confeti, se habían disparado fuegos y se había llenado de globos gigantes el foso de O Monte do Gozo, así que Leto necesitaba algo todavía mayor para rematar con épica suficiente. Si durante la primera parte fueron menos de una decena las personas que subió al escenario, en la última canción habría al menos treinta que el propio Leto seleccionó rápidamente, micrófono en mano, convertido en una especie de instructor. Con la multitud saltando sobre la tarima ya pudo sonar Closer to the Edge. El final apoteósico que Leto perseguía.