García Rosado, premio Biblioteca Breve con una novela sobre el poder del azar
CULTURA
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El periodista abulense se impone en el prestigioso concurso con su debut narrativo, «El vuelo del hombre», un relato de aventuras, un «Principito» para adultos
14 feb 2025 . Actualizado a las 10:51 h.«Hacía algunos años que el profesor Castro había perdido todo contacto con el mundo. Nadie sabía los motivos que lo habían llevado a donar los libros de su biblioteca y a desaparecer sin dejar rastro. Cuando me decidí a escribirle, ni siquiera estaba seguro de que siguiera con vida». Así comienza su relato el joven filólogo Diego Marín, protagonista de la pesquisa —y de la aventura que lanza— que conforma la novela con la que el periodista y crítico musical Benjamín García Rosado (Ávila, 1985) se alzó este jueves con el premio Biblioteca Breve 2025, dotado con 30.000 euros. El vuelo del hombre es una obra «llena de peripecias, una indagación que no da sosiego al lector, un libro sobre libros y sobre el poder de la ficción para cambiarnos la vida», explica Elena Ramírez, responsable del sello Seix Barral. La directora editorial detalló que en esta entrega del galardón, la 67.ª, mandó, como casi siempre, el género negro.
La novela, ahonda el fallo, es «una investigación literaria sorprendente sobre el poder de la ficción para transformar la realidad, que despliega historias dentro de historias, escrita por un gran fabulador en la mejor tradición de narradores como Auster o Bolaño». El jurado —que votó unánime— estuvo integrado por el poeta Pere Gimferrer, el escritor Jesús Carrasco (ganador en el 2024), la librera Almudena Amador, el profesor Miguel Ángel Hernández y Elena Ramírez, que adelantó que el debut de Benjamín G. Rosado en la novela llega a las librerías el 12 de marzo.
Gimferrer saludó el alumbramiento de una voz nueva en las letras hispánicas, que, dijo, es personal y distinta y, sobre todo, crea un mundo. Benjamín G. Rosado —incidió— posee unas dotes brillantes para la construcción de un universo propio, como corrobora El vuelo del hombre, un relato que guarda en su último tercio un «efecto retardado que cambia la percepción de la lectura». El poeta catalán elogió el modo en que resuelve la interacción entre la realidad y una ficción multiplicada, en un doble juego de espejos que evoca soluciones que el teatro anticipó (y citó a Pirandello). En narrativa —prosiguió— no es algo tan frecuente, pero, a pesar de la complejidad del recurso, esa confluencia de «vida real presupuesta en la novela y vida proyectada en la novela que está en la novela» no oscurece la lisura del relato, que luce muy bien organizado. «El lector —insiste Gimferrer— no se enfrenta aquí a una novela teórica ni a un juego textual; aunque pueda parecer una tentativa experimental de los años 60, es absolutamente diáfana. Como rompecabezas narrativo en el que todo encaja, no es una lectura ni fácil ni difícil, es diferente, pero nunca aburrida», subraya para mencionar presencias del cine contemporáneo que le sugiere la obra, como La bestia, de Bertrand Bonello. «Sí, quizá también se parezca algo a David Lynch, pero es otra cosa», remarcó.
Para Jesús Carrasco, la capacidad para fabular, que se le presupone a un narrador pero que no siempre aflora, alcanza gran altura en la novela de García Rosado, que muestra un manejo de personajes —«bien trazados»— y de los distintos tiempos realmente notable para conformar «un paisaje frondoso, por el que realizar un viaje con momentos para recordar». Almudena Amador añadió que esta historia se mueve en una línea muy borgiana y que está poblada de referencias literarias, que, matiza, ni ahogan el texto ni manchan su originalidad. «La narración está llena de vetas y de intrahistorias, que la ensanchan y dan mucho gozo lector», afirma. Ese mundo literario que explota, razona Miguel Ángel Hernández, cautiva por su poder enriquecedor. «El azar de las historias que te llevan a otras, como en Auster, o esa manera de soltar historias que surgen de la nada, como en Bolaño, para configurar un caleidoscopio de historias que no se olvidan fácilmente. Por no hablar —agrega— de la potencia imaginativa que alcanza el lenguaje del autor, que bien podría remitir a Vila-Matas. Aunque, al final, lo que verdaderamente es relevante es que la novela va como un tiro», zanja.
Porque, en suma, coinciden, El vuelo del hombre es una novela de aventuras, o, como le dijo al autor su esposa, Marina, tras leer el manuscrito: «¿Eres consciente de que has escrito un Principito para adultos?». No solo porque un aviador vertebra la trama, también porque el protagonista va de un lugar a otro abordando preguntas, pruebas y desafíos.
El año sabático del «negro literario» que no habla de sí mismo
Benjamín G. Rosado se ha descubierto como un narrador torrencial para el que las casualidades de la vida son importantes, como Auster, y con un sentido lúdico que recuerda a Bolaño, vuelve a insistir Elena Ramírez. Él, sin embargo, asegura que le cuesta mucho y que hubo de robarle costosamente horas y espacio a su familia —haciendo malabarismos, dijo—, y aunque siempre supo que quería escribir nunca acaba de encontrar el momento. Todavía sintiendo un «profundo y desconcertado agradecimiento», rememoraba los orígenes de su vocación precoz, la misma con que pergeñó con 22 años «una novelita», Ciudad Café —a la que hace un guiño en el libro—, y que lo empujó al periodismo por pura necesidad. Decidió tomarse un año sabático y viajó a Valparaíso para agarrar el toro por los cuernos. No quedó ahí, Patagonia, Wisconsin, Texas, Kentucky, la Antártida... Pero, aunque esas experiencias dejaron un rastro inmanente, el libro no va de eso, advirtió, porque guarda un profundo respeto por el lector que lo lleva a evitar hablar de sí mismo en su novela.
Tenía García Rosado siete años cuando su madre lo tranquilizaba en un desvelo nocturno diciéndole que su cabecita centrifugaba en exceso y que solo debía meter en la máquina «cosas que se pudiesen lavar». Fue su primera lección. Después su padre le enseñó a expresarse con propiedad —brevedad y concIsión, reconvenía—: muerte al adjetivo para forjar un texto ligero y seguro como un corcho de alcornoque, que superará vientos huracanados y olas gigantescas.
El premiado escritor recordó con cariño los días en que había trabajado de negro literario, escribiendo para otros que, claro, aparecían firmando el libro. No ponía en juego nada personal o creativo en aquella tarea, pero esa labor le ayudó a asumir las dinámicas de la novela —«un salto al vacío», admitió— tan alejadas de las del reportaje periodístico.