Mary Oliver, la escritura como una alabanza callada de las pequeñas cosas
CULTURA

Los ensayos y la poesía de la autora de Ohio, fallecida hace seis años, invitan a buscar una buena vida reconectada con la belleza del mundo y la naturaleza
23 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.No son buenos tiempos para la lírica, como cantaba en un mal augurio la banda viguesa Golpes Bajos a comienzos de los años 80 del siglo pasado. Tampoco lo son para la naturaleza. Solo hay que mirar allende el Atlántico, y toparse con Donald Trump negando el cambio climático y tomando posesión como presidente de los Estados Unidos al grito de «perforar, perforar, perforar», un estribillo que condensa muy acertadamente lo que será su agenda energética. No parece un buen momento para reivindicar, en la gran tradición americana, la filosofía del «inspector de ventiscas y diluvios» Henry David Thoreau. Ni la desobediencia civil ni la inmersión en los ritmos del bosque parece que vayan a calar en este impás de populismo y sordera general. Aunque siempre queda alguien con sensibilidad y sabiduría especiales como la escritora y activista Angela Davis, que es capaz de que su voz se escuche entre tanto ruido llamando serena a mantener la lucha contra las injusticias: «Quiero que generemos entre todos —exhortó recientemente, tras el infausto regreso de Trump a la Casa Blanca— una esperanza colectiva que nos conduzca a un futuro mejor».
Es en ese discurso donde asoma la ilusión para reivindicar a Thoreau y sus díscolos pero permanentemente dispuestos hijos, una estirpe en la que la poeta Mary Oliver (Maple Heights, Ohio, 1935-Hobe Sound, Florida, 2019) siempre tendrá un lugar. Y es que el sello Errata Naturae llevó hace unas semanas a las librerías españolas el hermoso volumen Vita longa, que reúne una colección de ensayos, poemas, semblanzas, recuerdos... y en el que la prosa se carga de lirismo —no puede ser de otra manera, como ella confiesa en un breve prólogo— para realizar una alabanza de las pequeñas cosas, para invitar al lector a buscar una buena vida reconectada con la belleza del mundo y la naturaleza.
Su escritura, a veces con un brillo naíf, que no afea, resulta cálida, empática —también para con los más indefensos de la Tierra, animales y plantas— y penetra como un océano calmo, sin esfuerzo, en las playas y los cantiles estresados de la respuesta emocional del lector. Oliver, cual chamán en zapatillas, sacia la sed y cura las heridas con su escritura, que limpia además la mirada hasta que esta reenfoca y dibuja el espacio próximo que merecen los otros seres en franca hermandad con lo humano.
El trigo y los lirios
«Podría nombrar un centenar de acontecimientos, horas, criaturas que me han colmado de placer y de provechosas alabanzas. ¡La experiencia! La experiencia —con la lluvia, y con los árboles, y con toda su parentela— me ha proporcionado un consuelo y un pudor y una devoción a la inclusividad a los que no renunciaría ni por todo el oro de todas las montañas del mundo. Esto lo supe a medida que evolucionaba del mero deleite hacia el pensamiento y la convicción: la belleza que ofrece la tierra debe poseer un gran significado. Así pues, empecé a considerar el mundo como emblemático además de real, y me percaté de que era —rutilante adjetivo— virtuoso. Que nos ofrece, con la misma seguridad con que medran el trigo y los lirios, el sueño de la virtud [...] Soy sangre y hueso, comoquiera que haya ocurrido, pero soy convicciones de mi experiencia única y de mi propio pensamiento, y están hechas en gran medida de las horas de la tierra, ásperas o suaves, pero nunca menos que íntimas, poéticas, soñadoras, firmes, feroces, amorosas, formadoras de vida».
Con esta sencillez, concisión, fe y hermosura lo expresa Oliver.