¿Qué tiene el reguetón para fascinar a hijos y horrorizar a padres?

Carlos G. Fernández MADRID / COLPISA

CULTURA

El cantante puertorriqueño Don Omar, autor e intérprete de «Dale Don Dale».
El cantante puertorriqueño Don Omar, autor e intérprete de «Dale Don Dale». Alonso Cupul | EFE

Oriol Rosell ilumina un profundo debate generacional en su último libro, «Matar al papito», publicado por la editorial Cúpula

04 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Oriol Rosell (Barcelona, 1972) sabía que su libro causaría revuelo, pero no tanto. «Ven escrito reguetón en la portada y ya ni se acercan. Se ponen de los nervios. El género tiene más de 20 años y sigue siendo casi tabú». El título completo es Matar al papito. Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí) y lo edita Cúpula. Ese concepto freudiano de matar al padre —fase simbólica de emancipación y rebelión contra la generación anterior— adaptado aquí a la jerga que nos ocupa funciona como metáfora perfecta para un estilo que suscita como ninguno tanto amor como odio.

Con decenas de referencias, Rosell analiza en estas páginas cómo los adultos —que lo son a su pesar— se ven asaltados por las músicas urbanas que conquistan a los jóvenes, con códigos estéticos y morales que no puede comprender. «El problema no es matar al papito, sino que el papito se da cuenta de que es el papito [ya no es joven]. Ahí está el trauma real. Estas músicas nos hacen ser conscientes de nuestra obsolescencia cultural», comenta el escritor.

Los jóvenes son ellos, no tú

La encrucijada es ineludible: los productos culturales de la juventud del adulto siguen más que disponibles, se suceden las reediciones y giras de reunión —«Tú tienes 50 años y no se te ocurre pensar que Oasis es un grupo para señores mayores»—, al tiempo que burbuja algorítmica sigue mostrando estilos como el rock más vivos que nunca. La juventud es hoy el valor supremo. «Lo explica extraordinariamente bien John Savage en Teenage, la invención de la juventud. Antes o eras padre o eras hijo. O te vestías como tu padre o en pantalón corto». La explosión pop desde los cincuenta ha provocado un «agigantamiento» de esa juventud, un valor que hay que estirar y conservar todo lo posible. «Y cuando te das de bruces con la realidad de tus hijos e hijas es traumático. Resulta que los jóvenes son ellos y no tú».

Entrando en harina, Rosell traza la historia del reguetón —también del trap— terminando, paradójicamente, en Papi Chulo. «Lo que hay después más o menos todo el mundo lo sabe. Me interesaba arrojar un poco de luz sobre cómo se llegó hasta ahí». El camino es fascinante: un viaje que va desde los arrabales jamaicanos a los cambios políticos en Panamá —con la interesantísima historia de los autobuses populares «diablos rojos»—, pasando por las ofertas masivas de empleo para extranjeros en Nueva York —una gran «centrifugadora cultural»—, las redadas en tiendas de discos de Puerto Rico y los primeros mixtapes llamados Playero —el número 37 es el que terminó de catapultar a artistas como Daddy Yankee—. Aunque hoy sea un negocio millonario, sus orígenes son humildes, comunitarios, orgánicos y fruto de continuos choques culturales; también, contra lo que era normativo en cada época y lugar.

La exaltación pornográfica del dinero, sin medias tintas, es una de las claves del rechazo al reguetón en contraposición a una música en apariencia más trascendente. Argumenta Rosell que ahora, en plena crisis de confianza en el futuro, estos artistas —conscientes de que una canción no va a cambiar el mundo— se centran en el entretenimiento puro y en el baile. «Las músicas blancas no, somos unos muermos». La letra, queda claro, no es lo más importante: «Igual de tonto es decir que un tema de reguetón no tiene peso el peso lírico de Bob Dylan que decir que Dylan no funciona en la pista de baile».

Una de las cosas que más curiosidad le generaba al autor de este asunto era saber por qué chicos que no han tenido problemas económicos en su vida se identifican tanto con estos discursos del gueto. «Y pasa porque hay una autopercepción muy precarizada, de vaya futuro de mierda nos espera».