«Decorado», vitriólica sátira animada del turbocapitalismo con la firma del gallego Alberto Vázquez

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Los animales de su tercer largo de animación conforman un mural de las fracturas sociales del presente: brutalidad policial, marginación del emigrante y aporofobia

11 oct 2025 . Actualizado a las 19:45 h.

Jornada grande dentro de este Sitges 2025 para el cine de creación gallego y, en modo más amplio, para la animación internacional. El coruñés Alberto Vázquez presentaba aquí Decorado, su tercer largo, con el que cierra el paréntesis abierto en el 2017 con su cortometraje del mismo título. Lo entonces esbozado —una ácida sátira sobre el turbocapitalismo y sus maneras tentaculares de dominar toda una ciudad o, por extensión, el mundo —le valió su segundo Goya, tras el obtenido en el 2012 con otro corto, Birdboy. Y este Decorado en su versión decantada muy bien debería llevar a Vázquez a marcarse el hito de obtener el que sería su quinto cabezón. Está su fastuosa obra de animación presidida por un brillante tonel de vitriólico humor —muchas veces humor negro, en claroscuro amenazante— que se vierte sobre la pantalla para contarnos la infelicidad de una familia, un matrimonio de ratones en un reino animal dominado de manera ominosa por la empresa ALMA. Lo que arranca como crisis conyugal, con el paro y la depresión existencial en su frontispicio, se va enriqueciendo con cada capa que Vázquez y su coguionista F. Xavier Manuel van incorporando a ese microcosmos cuyas reglas de explotación social están definidas de manera implacable hasta el punto de que la vida de todas esas criaturas antropomorfizadas es como un show de Truman en el cual viven encadenados por los designios de ALMA y su despótico director ejecutivo, un remix del dictador Papa Duvalier y del Kane de Orson Welles.

Esa locación —que tiene también mucho del Springfield de Los Simpson y guiños gallegos que no conviene desvelar ahora— va descubriendo nuevas criaturas que combinan también influencias del Disney más caricaturesco de Mickey Mouse o de los Looney Tunes. Conforman un mural de las fracturas sociales del presente: la brutalidad policial canina —al servicio del poder—, la marginación del inmigrante o la aporofobia como elementos orgánicos de este retablo de comicidad de alta destilación en donde el cielo o la cúpula que oprime a sus personajes toma las formas de una mayúscula conspiración.

Y así, Decorado es un prodigio donde la sátira crece y crece en su caudal, con memorables guiños cinéfilos como el de ese pollo que fue en su tiempo una estrella de la televisión vintage y hoy es un juguete roto, como Mickey Rooney, Macaulay Culkin o Baby Jane. Es —sin duda— Decorado un paso más en el ya altísimo nivel de maduración como gran creador de animación mostrado por Alberto Vázquez en la también ganadora de un Goya Unicorn Wars. Con ella se fue de vacío en este festival hace tres años. Se hace raro que esto vuelva a suceder con la mordaz riqueza, con el banquete de ingenios de su nueva demostración de poderío autoral que se quedó a las puertas de formar parte de la selección de la pasada edición del Festival de Cannes. Y —cuentan quienes saben— que fue la aparición de última hora de la opera prima como directora de una estrella de tanto tirón como Kristen Stewart la que pudo dejar, casi en el descuento, a Decorado fuera de la Croisette.

Simios, perros médium y hombres pez en el día de los animales

No es seguramente casual que esta jornada del festival tuviera un protagonismo tan absoluto de la fauna más abigarrada que se pueda imaginar, excluyendo a la naturaleza humana del foco principal.

Toda la familia de ratones, ranas, pollos y cía. que habitan en Decorado se vieron precedidos en el programa por varias películas con animales de peso. El rey de esta selva lo aportó sin duda la nueva criatura de la Paramount. En la muy esperada Primate la major norteamericana nos brinda una singularísima función de cine de monstruos que se dice influenciada por el Stephen King de Cujo pero que creo que va mucho más allá en sus resultados como estremecedor show de horror animal. En Primate el protagonismo absoluto lo ocupa un entrañable chimpancé que convive con la familia de una experta científica que acaba de fallecer. Y que les alegra el día en la casa al borde del acantilado que habitan en Hawái. La intervención de una mangosta y la rabia como contagio precipitan un crescendo de violencia que el director del filme, Johannes Roberts, acierta a concentrar en un espacio muy reducido para intensificar el espanto en hora y media difícil de olvidar. Roberts, autor también del guion, exhibe músculo en el dominio de los espacios —toda la acción se desarrolla en una casa y en sus exteriores próximos, fundamentalmente una piscina— y en la dosificación de los mecanismos del susto —el llamado jumping scare—a partir de la hiperactividad de ese chimpancé. Con un cuadro de jóvenes actores y actrices desconocidos —que remiten al shlasher adolescente de hormonas hiperactivas de los ochenta como Viernes 13— Primate funciona como un perfecto engranaje de provocación del pánico. Lo hace con planos cortos y medios, con la cámara subjetiva que genera sentimiento de desubicación o de peligro constante. Y se anima a incluir en lo que —en principio— se presenta como una película mainstream (se estrenará en salas en enero del 2026) algunos momentos de explicitud gore no recomendados en funciones para el gran público. No es Tiburón porque nada igualará en este subgénero a la obra maestra de Spielberg. Pero promete abocar a un descenso en el ánimo del personal de considerar que un chimpancé es un tierno compañero doméstico para toda la familia.

También se encontraba entre las películas que llegaban a este festival con mayor reclamo previo Good Boy, filme norteamericano indie de Ben Leonberg que aplica toda su carga de suspense a la mirada de un perro. El animal se ve abocado a compartir con su dueño —que padece una enfermedad que se va agravando— una casa que ha pertenecido desde siempre a su familia y que posee aura de maldición porque ya el padre del nuevo ocupante murió en ella en morbosas circunstancias. En Good Boy, el amo del cotarro es ese cánido que posee la percepción de un médium para detectar presencias de espíritus malignos que amenacen a su amo. La idea funciona bien de partida —con esa subjetividad de que el perro no solo ve lo real sino que se proyecta hacia el pasado y parece invocar su derecho a tener pesadillas— pero es lástima que parezca agotar demasiado pronto su fuerza de sugestión a costa de caer en subrayados y de reiteraciones que terminan por restar efectividad a la formulación de cómo el animal se sobresalta con una monstruosidad que no es otra que la del espectro de la muerte.

La película de Indonesia Monster Island pretende algo imposible: recrear en la isla de Java el enfrentamiento de un soldado japonés y otro anglosajón durante la Segunda Guerra Mundial (esto es, un plagio de la notable Infierno en el Pacífico que hizo John Boorman con Lee Marvin y Toshiro Mifune) y mixturarla con un sci-fi de monstruos alienígenas a partir de un presupuesto de rodaje que no da ni para alquilar un bungaló. Esa ausencia de medios se hace tan palpable en cada plano que cuando aparece como estrella invitada principal un ser alienígena que es otra copia —esta vez de la legendaria Criatura de La Laguna Negra del clásico de serie B de 1954 de Jack Arnold, estrenada en España como La mujer y el monstruo— lo chapucero de su caracterización, donde no hay dinero para ponerle branquias y vemos su cuello de humana carne, te genera el estupor y la admiración ante la caradura de concreto o el espíritu Ed Wood de quienes se han atrevido a filmar todo esto. Y luego no han dudado en exhibirlo.