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El positivo de Roberto Heras vuelve a situar en el centro de la polémica al director deportivo, que defendió que la UCI Pro Tour ayudaría a luchar contra el dopaje
09 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.Manolo Saiz siempre ha sido una especie de Javier Clemente de la bicicleta española. Un hombre abonado a la convivencia con la polémica. Pero ahora la controversia va mucho más allá de sus enfrentamientos verbales con Vicente Belda, de las discusiones sobre sus planteamientos de carrera o de las bondades de la UCI Pro Tour. Su mejor pupilo, Roberto Heras, dio positivo por EPO en la última edición de su carrera más querida, la Vuelta. Saiz vuelve a estar en el ojo del huracán. Del peor de los huracanes para el ciclismo: el dopaje. El cántabro es uno los grandes defensores de la UCI Pro Tour. Desde que comenzó a gestarse el proyecto, ha defendido que esta liga mundial de ciclismo y su código ético son instrumentos que mejoran la lucha contra el dopaje. El hecho de que el jefe de filas de su equipo dé positivo en el primer año del funcionamiento del Pro Tour proporciona muchos argumentos a sus detractores, que insisten en que, en el fondo, nada ha cambiado. Si el contraanálisis del día 21 confirma que Heras ha cometido una infracción, lo más probable es que el destino del bejarano repita el guión de otros corredores y purgue sus culpas en solitario. Es muy probable que el ciclista tenga que asumir los roles de víctima y de acusado. Aunque, en esta ocasión, se han levantado más voces que nunca para destacar que también es necesario investigar las responsabilidades de aquellos que conforman el entorno de los corredores. Cuando Nuno Ribeiro e Isidro Nozal registraron niveles de hematocrito superiores a los permitidos antes del Giro y de la Dauphiné Libéré, respectivamente, el equipo prescindió de Alberto Garai, responsable de los servicios médicos. Ahora, Saiz comprueba con amargura cómo el dopaje arrastra por el fango el nombre de su corredor más preciado y amenaza con sepultar el suyo propio. Con Heras, había logrado redimirse parcialmente de sus naufragios en Francia, su particular terra incognita . Fracaso que le ha costado no pocas críticas. Es evidente que a Saiz le tocó vivir una época marcada por el dominio casi insultante de dos gigantes: Miguel Indurain y Lance Armstrong. Pero también lo es que sus equipos nunca llegaron en plenitud de facultades a la ronda con mayúsculas y que sus jefes de filas, a excepción de Joseba Beloki, han acabado esta carrera en puestos muy alejados de las expectativas. En la última edición, el triunfo de Marcos Serrano en Mende salvó la actuación del Liberty. En muchas ocasiones se le ha acusado de sacrificar el espectáculo en aras del orden. La disciplina que impuso su formación en la Vuelta 2005, impidiendo varias fugas, creó malestar en un pelotón que pedía oportunidades para los aventureros sin ambiciones de cara a la general. Tanto en el Once como en el Liberty Seguros, Saiz siempre ha presumido de la fortaleza de sus formaciones, habituales dominadoras de las clasificaciones por equipos y de las cronos colectivas. Pero, a la hora de luchar contra el rival y no contra el reloj, se le ha tachado de conservador. En este sentido, Saiz es el reverso de Belda. Defienden dos filosofías opuestas que les han llevado a la confrontación. El primero quiere controlar la carrera. El segundo, reventarla. El director deportivo es el eje sobre el que ha girado durante años una batalla de equipos y de medios de comunicación. Pero seguro que nunca había sentido tanto vértigo.