Grandezas y miserias

José M. Fernández

DEPORTES

20 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Las finales también se juegan. Ganó el Sevilla, jugó el Atlético. A falta del gran fútbol, noventa minutos dignos del último sorbo de la temporada, a todo tren y sin concesiones. El Atlético amaga con estar de vuelta. Tres lustros y un descenso después, el Pupas se presenta con algunas heridas curadas. El triunfo rojiblanco hubiera sido un atracón difícil de digerir para una entidad que, ciertamente, no había hecho demasiados méritos desde 1996 y que arrancó la temporada en pleno desbarajuste. Su felicidad reside en haber sido capaz de movilizar 50.000 aficionados y que el irreductible grupo opositor a Cerezo y a la familia Gil parece haber aparcado las diferencias para empujar a un equipo que dimitió de la Liga, pero que supo estar en la Copa y en la Europa League. Mérito de Quique Sánchez Flores. El Atlético es un club de contrastes, una entidad atrabiliaria, capaz de tirar por la borda en los últimos dos decenios un historia que entonces lo equiparaba en Ligas al Barcelona, pero también de reaccionar al descenso a Segunda con el orgullo de los grandes o de perder una final después de haber hecho méritos para ganar. Como ayer.

Si el Atlético amaga con volver, el Sevilla lo ha estado en el último lustro, con el mérito de firmar una escalada ejemplar desde su último ascenso, en el 2001. De ahí que el triunfo andaluz tenga más que ver con una trayectoria coherente que con los noventa minutos del Camp Nou, donde no jugó con la grandeza de la que presumía su presidente, pero que sí resistió a un rival que peleó con un orgullo desconocido después de disputar 64 partidos en una campaña extenuante. Un buen principio para reencontrarse con su pasado.