La ley de Mou

Ignacio Tylko

DEPORTES

Con tal de ganar, el portugués aplica a rajatabla un código alejado de los tópicos y del señorío del que siempre presumió el Real Madrid.

24 nov 2010 . Actualizado a las 19:48 h.

Nada es gratuito en José Mourinho, trabajador concienzudo y detallista, estratega, motivador, excelente conductor de grupos, desestabilizador de los rivales directos, persona «non grata» en el Camp Nou y «comediante» a la hora de mostrarse, explicarse o justificarse. Como demostró en el Amsterdam Arena, un templo blanco desde la séptima labrada por Mijatovic, el portugués idea un plan, lo traza y lo ejecuta sin importarle la imagen que arrastre el Real Madrid, un club que siempre presumió de señorío como santo y seña.

Como diría Luis Aragonés, Mou solo piensa en ganar, ganar y ganar, en engordar su palmarés. No en si hace más o menos enemigos en el camino. No lo inquieta que se le tilde de ser un «Maquiavelo del fútbol» para quien el fin justifica los medios, un «personaje contracultural», un técnico «falto de vergüenza» o un «cínico».

Éstos son sólo algunos de los calificativos aparecidos en los medios tras el último show de Ámsterdam. En el Madrid están encantados con su trabajo, con la forma de progresar del equipo y con la gestión del vestuario. Saben que el portugués es entrenador dentro y actor fuera. Cuando le ficharon, conocían el fondo y la forma del primer técnico en quien de verdad creyó Florentino Pérez.

Mou es capaz de conquistar la ansiada Copa de Europa con el Inter y de quedarse negociando en Madrid su futuro, ajeno a las celebraciones de los lombardos en su regreso triunfal a Milán. No disimular a la hora de forzar las expulsiones de Xabi Alonso y Sergio Ramos ante el Ajax, con el meta polaco Dudek como emisario de sus órdenes, pero a continuación arroja una botella en señal de protesta y se queja de la actuación del árbitro escocés. Tampoco le altera salir al césped de San Siro y, desafiante, mostrarle a la afición del Milan tres dedos en alusión al triplete del Inter. Ni hacerle el gesto de la victoria, o de «a Segunda», a Manolo Preciado, en el aparcamiento de El Molinón.

Sin grises

Agradecido a Dios de que no le falte modestia y sabedor de que su mayor defecto es no ser diplomático, hipócrita y pelota en un mundo en el que no puedes decir lo que piensas, según su propia confesión a la revista France Football, Mourinho posee su propio código, alejado de esas normas no escritas en el fútbol, de los tópicos hechos ley con el discurrir del tiempo. Presume de no tener grises, de ser un personaje de blanco y negro. Le idolatran o le odian. La virtud del término medio de la que hacían gala los clásicos, no cuadra con su carácter.

¿Quién dijo que los trapos sucios se lavan en casa? Al menos a los más humildes de su plantilla, Mourinho no ha tenido problema en desairarlos públicamente. Cuando se le preguntó por una ausencia de Pedro León, recordó que el curso pasado jugaba en el Getafe y, con cierto desprecio, insistió en que no es Maradona o Di Stéfano. También dijo ante los periodistas que no le gustó Canales, y añadió que «juega como entrena».

Si alguien creía que entre bomberos no se pisan la manguera, Mourinho le desacreditó. Sin citarle, acusó a Preciado de mal profesional al regalarle el partido al Barça por alinear suplentes del Sporting en el Camp Nou. El técnico cántabro le llamó «canalla» y semanas después, cuando el luso rompió el silencio que se impuso tras dos partidos de suspensión por mandar a la mierda al árbitro Paradas Romero, dijo aquello de que la publicidad se paga y algunos la han tenido gratis mucho tiempo.

Cuando un informador le comentó unas manifestaciones de Gregorio Manzano, nuevo técnico del Sevilla, Mou exhibió retranca. «¿Quién es ése? ¿No lo conozco?». También tuvo sus más y sus menos con Pochettino en el Bernabéu, al que luego pidió perdón, y con Luis García en el estadio del Levante.

¿No hablar de los árbitros? Aquí es más parecido al resto. Lo hace, según interese. Les trata de mediatizar al trasladar su temor de que a Cristiano le «den una h...», les critica su criterio en las tarjetas o les pelotea, como hizo con el inglés Howard Webb cuando, tras su pésimo arbitraje en el Milan-Real Madrid, dijo que es el mejor del mundo. Estuvo calamitoso en ese duelo y en la final del Mundial pero sabe Mou que puede reencontrarse con él en fases muy avanzadas de la Champions.

¿No negociar con otros si hay contrato en vigor? Tras el despido de Carlos Queiroz como seleccionador portugués, Mou llegó a un acuerdo con la Federación de su país para sucederle durante un par de partidos. El Madrid se lo impidió y, públicamente, lamentó no entender esa decisión del club. Se montó un revuelo e hizo unas declaraciones diferentes en Portugal y en España para zanjar el debate.

Sin nombrarle abiertamente, ha lanzado varias andanadas al Barça. Se ha quejado de que algún rival juega con 12 o compite en un grupo que no es de Champions sino de la Europa League. Y, de nuevo sin citarle directamente, se acordó de Villa en una defensa de Benzema. «Otros han costado muchísimo dinero y no han marcado un gol a nadie», subrayó este entrenador de enorme personalidad, capacidad de persuasión y dotes mediáticas. El primer mandamiento de su manual reza que los partidos comienzan en la conferencia de prensa anterior y acaban en la posterior.