«Me estás diciendo una barbaridad»

Paulo Alonso Lois
Paulo Alonso REDACCIÓN/LA VOZ.

DEPORTES

Nadal discutió con el árbitro y el supervisor, pero convirtió su rabia en un huracán de tenis para ganar a Berdych

27 nov 2010 . Actualizado a las 03:36 h.

Qué gran lección de temperamento, concentración y hambre de triunfo ofreció ayer Rafa Nadal en su tercer gran partido del torneo de maestros. La anécdota la protagonizó su monumental cabreo en una discusión con el juez de silla de su partido contra Tomas Berdych. Amenazó hasta con abandonar. Pero lo esencial resultó el huracán de tenis en el que transformó su rabia por una polémica. Tras ganar por 7-6 (3) y 6-1, hoy se enfrenta en las semifinales de Londres al británico Andy Murray ( Teledeporte, 15.00 horas ). Roger Federer jugará con Novak Djokovic, que superó ayer a Andy Roddick por 6-2 y 6-3 ( 21.00 ).

Rumbo a su último reto pendiente en el tenis, Nadal ofrece un gran espectáculo contra un especialista en pista rápida. Enfrente tiene un dignísimo rival. Precioso el partido con 6-5 para Berdych y 15 iguales, llega la polémica. Un golpe del checo parece ir fuera y Nadal levanta el dedo y se gira, aunque devuelve la pelota dentro de la pista. El gesto es idéntico al de reclamar la revisión de la pelota con el ojo de halcón -el sistema de cámaras y sensores que se usa en los partidos de tenis para dirirmir botes ajustados-. Pero, con la bola del español por el aire, el juez de silla, el brasileño Carlos Bernardes, la canta mala. A continuación, Berdych pide la revisión y la imagen le da la razón. El lío está montado.

Nadal interpreta que, como el árbitro cantó como mala la pelota, si la revisión demuestra que fue buena, debe repetirse el punto (15-15), ya que él había devuelto el golpe, y fue Bernardes finalmente el que paró el peloteo. Pero el juez concede el punto a Berdych (15-30), pues entiende que fue Nadal el que, al girarse y levantar el dedo, paró por sí mismo el peloteo, arriesgándose a perder el punto si la revisión no lo favorecía.

La cólera del número uno

Herido ante lo que consideraba toda una injusticia, y con los micrófonos ofreciendo todos los detalles del lío, Nadal se quejó con una vehemencia nunca vista. No solo discutió con Bernardes, sino que se dirigió a continuación al supervisor del torneo, Tom Barnes. Y, aunque mantiene una gran relación con el juez de silla, con el que comparte horas y horas durante los torneos, también en el tiempo de descanso, explotó. «No, no, no. No quiero jugar», espetó. Todas las alarmas se encendieron. «Tú has dicho que era mala», replicó el juez de silla. La cólera parecía transformar al número uno del mundo, al más educado de los señores del tenis, el que acaba de recibir el premio al jugador más deportivo. «Me estás diciendo una barbaridad, una locura, mi bola ha ido dentro». Pero fue cerrar la boca y dirigirse hacia su sitio para servir. Fueron unos segundos de furia, pero debía recobrar el autocontrol que lo caracteriza. No solo lo consiguió, sino que ofreció luego una auténtica tormenta de tenis ofensivo.

«¡Come on!» (vamos), estalló Nadal en inglés tras su primer punto ganado, para que se entendiera su garra en los cinco continentes, para que quedara claro que, ante la adversidad, se crece. Ganó ese juego, encarriló el tie break y, de esa manera, ya estaba clasificado para las semifinales como campeón de su grupo.

Un festival de tenis

Espoleado, el número uno mundial prolongó su exhibición en el segundo set, que ganó por un contundente 6-1 ante un Berdych absolutamente desarbolado y que se convirtió, sin responsabilidad alguna, en el perjudicado por la polémica. ¿Y el tenis? Nadal ofreció un espectáculo completo. Va a más. Sirvió de forma sensacional, eligió con inteligencia el revés cortado para variar el punto de impacto de su rival, y el número de sus golpes ganadores casi dobló al de errores no forzados. Ya acaricia la última cumbre.