Hoy es un jugador casi invencible. Dominante, atlético, cerebral y versátil para rendir en todo tipo de condiciones y pistas. Pese a la derrota de ayer, Rafa Nadal despide una temporada inolvidable, con tres grand slams sobre tres superficies distintas y el subcampeonato del torneo de maestros. Al margen de títulos y récords, amplió su repertorio, con un saque más potente y una actitud más agresiva en la pista, que le permite pelear, como ayer, por cumbres que antes parecían impensables. Conviene recordar, porque le da incluso más valor, que esta campaña que le lleva a la eternidad tuvo un prólogo difícil.
Aquella sombra por la pista
Tal día como ayer, Nadal veía por la televisión la final del torneo de maestros entre Nikolay Davidenko y Juan Martín del Potro. Había sido eliminado días antes impotente, sin ganar un partido, huérfano de confianza tras una espiral de lesiones y derrotas. Su protagonismo en la asequible final de la Copa Davis contra la República Checa la permitió cambiar la hoja del calendario con la sonrisa en la boca. Primero vivió una lucha interior por recobrar la confianza. Llegó a la final de Doha, pero desperdició un par de bolas de partido ante Davydenko. Jugó a un altísimo nivel en el Open de Australia, pero se vio desarbolado por Andy Murray antes de retirarse por una lesión en la rodilla.
Emoción en Montecarlo
Nadal reapareció en Miami e Indian Wells: perdió en ambas semifinales, con Ivan Ljubicic y Andy Roddick. Todavía no jugaba a su mejor nivel. El puntito de confianza que le faltaba lo recuperó en tierra batida. Y, después de once meses sin morder trofeos, el mallorquín se emocionó tras barrer a Fernando Verdasco en la final de Montecarlo.
Luego llegaron los títulos en los otros Masters 1.000 de tierra batida. En la final de Roma derrotó a David Ferrer y en la de Madrid, a Roger Federer. Inventó así el Grand Slam rojo , el pleno de triunfos en los torneos de mayor prestigio sobre arcilla, algo que jamás nadie había alcanzado. Sus 18 títulos de Masters 1.000 batían el récord anterior de Andre Agassi.
Advertencia de su tío
Su tío y entrenador, Toni Nadal, ya advirtió lo que se venía encima a principios de mayo, en una entrevista con La Voz: «Es posible que Rafa esté ahora al mejor nivel de su historia».
La racha triunfal en su superficie favorita se multiplicó cuando le añadió el triunfo por excelencia en tierra, el de Roland Garros. La victoria en la final ante Robin Soderling, su verdugo en octavos en la anterior edición, le añadió morbo y sirvió para cerrar un círculo simbólico.
Tras rodarse en la hierba de Queen's y ceder una derrota anecdótica ante Feliciano López, recuperó el trono de Wimbledon, con Tomas Berdych como rival en la final. Tocaba cuidar de nuevo sus rodillas con un tratamiento de infiltraciones de plasma rico en factores de crecimiento, y descansar. Se dejó ver en la playa, se divirtió con sus amigos y volvió fresco de cabeza para la gira americana. Cayó en la semifinal de Toronto ante Murray y perdió en cuartos de Cincinnati con Baghdatis.
También cae Nueva York
De nuevo ponía la máquina en marcha para lanzarse a por su último grande pendiente. Tras realizar pequeñas variaciones en su servicio y prolongar su evolución hacia un juego de ataque, Nueva York también cayó a sus pies. Se convirtió en leyenda tras ganar la final del US Open ante Djokovic.
De nuevo desconectó, una de las claves de su año, antes de girar por Asia. Cayó en semifinales de Bangkok con Guillermo García-López, ganó el título en Tokyo y cedió en octavos de Shanghái ante Melzer. La final de Londres cierra un año maravilloso. Su liderato en la clasificación mundial, garantizado al menos hasta mayo, no admite discusión. El tenis tiene Nadal para rato.