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El español pelea de forma heroica, pero cae con Djokovic en la final más larga del Grand Slam
30 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Perdió Muhammad Ali ante Joe Frazier en el Madison Square Garden en 1971, cayó el Brasil de Pelé en el Mundial de Inglaterra 1966, sufrieron durante años los Bulls de Michael Jordan, y todavía no se conoce el final de la crisis de Tiger Woods. La historia del deporte se escribe con el dolor de épicas derrotas, como la que protagonizó ayer Rafa Nadal después de una resistencia ejemplar. Perdió, sí, contra Novak Djokovic, pero se dejó hasta el alma en la Rod Laver Arena de Melbourne, en la final más larga de toda la historia del Grand Slam. Después de cinco horas y 53 minutos, reconoció la superioridad del serbio, el tenista del momento, que repite título en el Open de Australia, ahora por 5-7, 6-4, 6-2, 6-7 (5) y 7-5.
Casi seis horas de rivalidad se resuelven en un puñado de puntos decisivos. Nadal tuvo su oportunidad en el quinto set. Con 4-2 y 30-15 a su favor, lanzó fuera un revés sencillísimo con su rival batido. También Djokovic, después, vio como se le encogía el brazo en un remate con 6-5 y 30-15 a su favor. El serbio gana su quinto grande, el tercero seguido y contra Nadal. Nadie había perdido tres finales consecutivas de majors en la era open, iniciada en 1968.
El respeto marcó el inicio. La prudencia le ganaba a la ambición, los errores podían con los aciertos, y al quinto juego, Djokovic ya tiraba su raqueta. Ante un rival espeso, Nadal encontró, como en ningún otro momento, la forma de hacerle daño, y conectó hasta 15 golpes ganadores. El español se anotó la manga inicial. Y con ese primer parcial a su favor, solo había perdido uno de sus 134 duelos de su carrera en grand slams, cuando cayó ante David Ferrer en el US Open del 2007. Su capacidad de resistencia podía elevarse como un imposible para el serbio.
Los viejos hábitos
Pero nada detiene a Djokovic en el último año, tampoco los partidos interminables, como había demostrado en semifinales contra Andy Murray. Mientras, Nadal empezó a recular hacia el fondo de la pista, a volver a los viejos vicios, a pensar que las piernas le iban a conceder lo que le negaba el cuerpo a cuerpo a raquetazos. Error. Jugó corto y conservador, se dedicó a esperar y su rendimiento quedaba a merced de los aciertos y fallos del rival. Así se le escapó el segundo set -con una doble falta final-, y así perdió irreconocible el tercero -con solo dos winners en ocho juegos y pésimos porcentajes de servicio-.
Djokovic gobernaba el duelo y restaba con 4-3 a su favor y tres bolas seguidas de break. Casi tendido en la lona, Nadal volvió a base de garra, ganó cinco puntos seguidos e igualó a cuatro juegos antes de que el partido se interrumpiese por la lluvia. Rugió el público, entregado con el español. «¡Rafa, Rafa!». Y volvió el espectáculo, ya con el techo cerrado por primera vez en la final de un major. El partido se agrandó porque el español soltó con profundidad y riesgo su derecha, también en un tie-break que dejó el desenlace para el dramático quinto set.
El dominio del número uno
Un break rápido concedió ventaja a Nadal, pero el dominio en la pista casi siempre correspondía al teatral serbio, ejerciendo de número uno ante un rival correoso y positivo, heroico y deportivo, pero demasiado a la defensiva todavía.
Teatral, haciéndose el muerto poco antes, Djokovic ganó al fin. El triunfo entró al instante en la historia del tenis. Sus seis horas menos siete minutos superaron a la anterior final más larga en la historia del Grand Slam, la que habían protagonizado dos mitos, Ivan Lendl y Mats Wilander, en el US Open de 1988 durante cuatro horas y 53 minutos; y también baten al encuentro más largo de todos los tiempos en el Open de Australia, el de Nadal y Fernando Verdasco hace un par de años.