Superada la amenaza de la huelga convocada por el sindicato de futbolistas y respaldada por el inefable Ángel María Villar y su cortijo de la Federación Española de Fútbol. Esta vez, el motivo de desencuentro fue la aprobación del Real Decreto para el reparto de los derechos televisivos, liderada por el hiperactivo Javier Tebas, presidente de la patronal futbolística, y merecedor del título honorífico de persona non grata en la mayoría de los estadios españoles por su papel de señor «no». El olor que deja todo este lío es que se trata de un duelo al sol entre los dos señores del fútbol para comprobar quién la tiene más larga, un combate de egos infumable de patio de colegio. Sin entrar en el fondo de la cuestión, y respetando el derecho a la huelga de cualquier trabajador, incluido el de los multimillonarios futbolistas que salen en la foto detrás de su presidente Rubiales, haber puesto tanto en peligro por tan poco a estas alturas de la película es irresponsable. Porque si la principal reivindicación de los futbolistas es que la nueva ley no asegura que los más modestos cobren sus salarios, no coloquen como pancarteros a los Casillas, Xavi o Iniesta, porque difícilmente el aficionado comprenderá el mensaje. El gremio de futbolista profesional ha sido siempre sobreprotegido y mimado, gozando de un estatus especial en aras de una malentendida barra libre al balompié. Es evidente que cuando cualquier colectivo convoca una huelga, intenta escoger el escenario que cause más daño para llamar la atención de la opinión pública. No existe mayor atracción mediática que la que tiene el fútbol, por lo que no se entiende que escojan un momento tan lesivo, por mucho decreto que se fuera a aprobar.
Mientras tanto, los aficionados son los potenciales y grandes perdedores de estas luchas intestinas por el poder con el color del dinero como trasfondo. Aficionados como algunos lucenses que habían comprado los billetes de avión y reservado el hotel en Sevilla hace meses para poder seguir con su pasión, el fútbol, tuvieron que digerir la incertidumbre sobre una posible cancelación del encuentro frente al Betis, con los consiguientes perjuicios económicos que habrían aflorado. Sin afición, el fútbol no sería lo que es. Que no se les olvide.