
El nuevo técnico gallego de la Ponferradina lleva más de media vida dirigiendo equipos
20 feb 2016 . Actualizado a las 16:47 h.«Para esta jornada poco se puede hacer, en dos días aportaré lo que pueda. La semana que viene empezaré con las cuestiones tácticas, que es lo que me gusta». Las primeras declaraciones de Fabriciano González, Fabri (San Pedro de Santa Comba, 1955) como nuevo técnico de la Ponferradina constituyen un pequeño sumario de lo que ha sido la trayectoria profesional de un hombre que en las últimas tres décadas, prácticamente media vida, ha dirigido a más de veinte equipos. Nunca lo ha escondido. A este amante de la pesca, le apasiona el orden. Que sus equipos estén bien armados, que cometan pocos errores. Se ha considerado un obrero del fútbol y tal vez es la definición que mejor se amolda a este luchador a quien se le ha resistido el éxito. Cuando se acercaba a la gloria, terminaba en la calle. En Cartagena ingresó en el Inem mientras sus jugadores eran segundos. «Me siento maltratado», decía entonces. «También pasó en Mérida o Elche. Después venía otro a recoger el fruto de un trabajo que estaba hecho y se llevaba las medallas».
Su suerte cambió en Granada. Aún después de que cesase en el cargo, el Ayuntamiento todavía discutía si ponerle el nombre de Fabri a una plaza. A un palmo de la Alhambra arrancó en Segunda B y en solo dos temporadas pasó del fútbol semiprofesional a enfrentarse al Real Madrid y al Barcelona. El día del ascenso salió del campo a hombros. Aquel milagro solo tenía un artífice: el entrenador. «Posiblemente, el mejor momento de mi carrera, pero quizás se debe al hecho de haber aguantado, de haber seguido una línea, una forma de hacer las cosas, y no cambiar», relataba el preparador lucense poco después de haber conseguido aquel prodigio. En ese momento de inspiración rubricó la frase que podría encabezar su currículo: «Creo que si al fútbol le das, te lo devuelve con creces».
Su largo peregrinaje no ha estado exento de experiencias arriesgadas. Como cuando dirigió al Alavés de Piterman, a un Racing de Santander en proceso de descomposición o cuando en el 2013 aceptó dirigir al Panathinaikos. En la liga griega, donde reconocía que le costaba que aceptasen su filosofía de juego, tuvo su última parada. Y se tomó un respiro. Una bocana de aire que se prolongó por tres años. Nunca antes había estado tanto tiempo en el diván. Matando las horas viendo partidos de fútbol por toda Galicia. Y también conduciendo kilómetros para lanzar con la caña. Renunció a algunas ofertas, lo que, visto con perspectiva «fue un error». «Cuando sales de un club como el Panathinaikos piensas en querer estar arriba, tienes ofertas que desprecias porque quieres más y cuando te das cuenta ves que no has obrado bien», señaló en su presentación.
Ahora le toca reflotar a un conjunto que se aproxima al abismo de la Segunda B. Su bagaje le dice que el primer paso es recobrar el pulso de la grada, «desencantada» con la racha de resultados que acabó con José Manuel Díaz. Ocho partidos sin ganar. Una losa de la que necesita desprenderse Fabri lo antes posible si quiere que su regreso a la banda deje un buen sabor de boca.
Una espina clavada
De todos modos, a Fabri le gustaría que su carrera tuviese al menos otro capítulo brillante. Porque la espina clavada en el corazón del entrenador lucense es no haber podido triunfar en Galicia, en su casa, donde siempre se ha sentido poco apreciado. Ahora ya está en el Bierzo, a un palmo de su tierra, a la que, poco a poco, desde cerca de la línea de cal, se va acercando.