Más allá de los derbis: la amistad tardía de Maté y José Luis

DEPORTES

El ahora director deportivo del Coruxo rememora los choques de los 80 entre Deportivo y Celta, en los que se vio frente a frente con el esteirán

23 dic 2017 . Actualizado a las 13:22 h.

Huelga decir que no es un partido cualquiera, como tampoco lo son sus días previos. Pero hay un después tras la guerra que habitualmente se presupone con la llegada de un derbi entre Deportivo y Celta. No siempre es hostil, y para certificarlo basta con escuchar a Javier Maté, segoviano y muy gallego. Colgó los guantes en Vigo en 1993 tras más de una década defendiendo la portería olívica, a caballo entre Primera y Segunda División y con once choques a sus espaldas frente a los vecinos del norte. Y ahí entendió que la pugna también se enraiza en las culturas de una y otra ciudad.

«Cuando llegué sabía de la importancia del derbi, pero no en demasiada profundidad. A los que no éramos de aquí nos venía un poco más de lejos», rememora. Y como el destino es caprichoso, le tocó aprender rápido. Era octubre de 1981: «Debuté en la séptima jornada, en un partido con unas condiciones durísimas. Las reformas del Mundial habían dejado a Riazor sin luz en invierno, así que el partido se jugó a las 15:45. Era una tarde gris, plomiza. A falta de 15 minutos ganábamos 0-1, y Jiménez Muñoz de Morales llamó a los capitanes, consultó a los porteros, y pese a los problemas de visibilidad, quisimos acabar el partido. En la jugada siguiente, nos empató Traba». Y tras el gol, llegó la segunda expulsión del partido: la de José Luis Vara.

No duda Maté al evocar la figura del esteirán. «Dentro de una plantilla siempre hay gente más guerrillera. Y en el Dépor, de ese tipo de jugadores, estaba José Luis». Con él les tocó lidiar dentro y fuera del césped, porque, en ocasiones, el jaleo de las gradas también era extensible al pasillo que conducía al terreno de juego. «Al salir de los vestuarios empezaba a dar golpes sobre el suelo con los tacos para que el resto viera que los llevaba bien largos. Era de sangre caliente, como varios de los nuestros. Te desafiaba, te retaba, te hacía saber que si querías ganar ibas a sudar tinta china. Pero también le respetábamos, porque sabíamos lo que transmitía a sus compañeros», detalla.

Y es que ese papel de líder que ejercía el centrocampista blanquiazul también emanaba de la visión de sus rivales, en una etapa en la que los actos de confraternización entre clubes eran notablemente menores y el acercamiento entre futbolistas era cualquier cosa menos común. «Por aquel entonces era un jugador referencia: gallego, representativo del Dépor. Y no le teníamos mucho cariño. Posteriormente, se fue a Sevilla. En el Benito Villamarín perdimos 3-1 y fue él quien nos marcó el primer gol. Y claro, te quedas pensando: “Éste nos toca las narices hasta en el Betis”».

Esa percepción cambió tiempo después, también entre pizarras y táctica, pero ya sin calzarse las botas. «Él se retiró del fútbol, yo también. Y coincidimos en 1999 en una de las generaciones de la Escuela Nacional de Entrenadores. Íbamos a Coruña los miércoles y los sábados a Santiago. Y de alguna manera, no nos veíamos. Él se sentaba en la primera fila, yo en la octava. Pero a medida que transcurría el año, las horas y las exposiciones, también interactúas y te relacionas. Y ves los dilemas de la gente, sus debilidades y también sus conocimientos sobre el fútbol», incide Maté.

El ahora director deportivo del Coruxo alude en varias ocasiones a esa frontera visceral que, en plantillas, graderío y ahora redes sociales, insta ocasionalmente a prejuzgar al deportista según su filiación o su actitud al vestirse de corto. «Es como si, anteriormente, mi mente no pudiese pensar que él era educado o correcto. Y vi que era un tipo muy majo. Ya no éramos el José Luis o el Maté pendencieros. Te quedas con el lado humano, el personal, y empiezas a ver cómo se crea una complicidad. De hecho, recuerdo el último día del curso, por el abrazo que nos dimos. Es una de esas relaciones del fútbol que me han quedado dentro, por la metamorfosis vivida. Me dio una pena enorme cuando se murió», cuenta.

A Maté, que también se le entristece la voz al aludir a los improperios que recibían Quinocho y Alvelo en las visitas del Celta a Riazor, rechaza hablar del odio como una palabra idónea para verbalizar este tipo de duelos, alocados y caldeados como lo fue el partido de playoff que arbitró Díaz Vega en julio del 87. De aquella tarde de tensión, golpes en la tribuna y lágrimas locales, Maté extrae una lección que lanza a modo de consejo para quienes buscan llevar la rivalidad a escalas mayores: «Aquel día se extralimitó todo. Cuando dejas de representar el papel en la batalla, quedan los seres humanos, las personas. Y a algunas, como José Luis, tienes el placer de conocerlas».