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l derbi retrató la embarrada realidad de los dos equipos gallegos, abocados a sufrir para acabar cantando la permanencia. A punto de que el Lugo y el Dépor encaren los tres últimos partidos de la primera vuelta, su juego apenas se levanta del barro en que se disputó el igualado partido de anoche. El mayor peligro correspondió a dos delanteros como Barreiro, que se promocionó desde la Tercera gallega para ganarse por derecho propio el salto a Segunda, y, en el bando deportivista, Mollejo, quien apenas jugaba el curso pasado en Segunda B. Mientras el Lugo lleva temporadas peneirando oro en ese otro fútbol para sobrevivir, el equipo coruñés tendrá en la aclimatación a esta su nueva realidad la clave para una permanencia, no hay que engañarse, más y más complicada cada jornada que pasa sin ganar.
La crisis del Dépor es de puntos, no de talento. Si no, Luis César no prescindiría en su convocatoria final de trayectorias recientes en Primera, como las de Santos y Bóveda. El asunto es el sufrimiento o, mejor dicho, esas ansias de que a sus jugadores de tantos moratones les duela hasta el alma. Es vital que los blanquiazules se agarren a los partidos con la decisión de un náufrago a su tabla, y aprieten los dientes al ataque y los puños en defensa. Ser futbolista también es mirarse en el espejo y contar cicatrices como muescas en un revólver.
¿En eso está el Dépor tras dos 0-0 consecutivos? Pregúntenles a Pita y Seoane, al que su extraordinario afán competitivo ha convertido en eternos. Porque agarrarse con uñas y dientes a la élite no entiende de marcas de colonia ni rabonas. Es el éxito del balón parado y la sinfonía del sudor. Un fútbol para el que al Dépor aún le queda mucho por sachar.