Laporta lleva al fútbol el «España nos roba»

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DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

17 abr 2023 . Actualizado a las 20:39 h.

El Barcelona sería una víctima. Así, textual, lo soltó Joan Laporta. Dos meses y dos días después de que se supiese que la entidad pagó 7,3 millones de euros al ex número dos de los árbitros españoles, solo se esperaba que dimitiese. O, al menos, si las excusas que ofreció este lunes forman parte de su estrategia de defensa al verse acorralado por la justicia, que dé alguna explicación.

Laporta, como gran parte de la casta del mundo indepe, vive en una realidad paralela. Por eso, insistió en la matraca del victimismo —¿recuerdan el «España nos roba»?—, en los tópicos —contrapuso el Barcelona que es más que un club al Real Madrid del régimen franquista, ¡en pleno año 2023!— y en los silencios —eso no toca, eso no sucedió en mi mandato—. La puesta en escena, en un gigante como el Barcelona, que llegó a manejar mil millones al año, con unos cedés y unas carpetas archivadoras como prueba definitiva de que Negreira hizo informes para el club, parece propia de un trabajo escolar de fin de curso.

Todo lo soltó Laporta sin ponerse colorado. Solo alguien muy cínico puede intentar escurrir el bulto con que esos más de 1.200 millones de pesetas pagados al número dos de los árbitros no eran para tanto. Porque se le fueron ingresando a lo largo de 18 años. Y porque, además, todos los movimientos se encuentran documentados en las cuentas del club, año tras año. Una presunta estafa, pero, eso sí, muy profesional.

El Barcelona tiene varios problemas, mientras continúa su huida hacia delante. Gestiona una deuda estimada de 1.500 millones y se embarca en un proyecto faraónico como el Espai Barça. Se descapitaliza hipotecando futuros ingresos de las próximas décadas en las mal llamadas palancas, y al mismo tiempo intenta distraer la atención con que antes no tenía dinero para fichar a Messi, pero ahora sí. Y así todo.

Tal es el estado de descomposición de la élite del Barcelona, que el club, como el independentismo en el germen del procés, necesitaba un enemigo. Cuando el supremacismo nacionalista tuvo que huir en helicóptero del Parlament, se inventó la idea de que no había más salida que la independencia, porque España representaba el mal. Ahora que Laporta no tiene ni para cuadrar las cuentas sin ingenierías contables, el caso Negreira se transforma de vergüenza en orgullo. Contra el mundo. Hasta el fracaso final.

Quizá en España no haya un pulso firme para castigar la presunta compra del número dos de los árbitros, pero la UEFA no parece dispuesta a mirar para otra parte. Y ahí ya cuela menos el victimismo de Laporta.