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El español, después de levantar un partido adverso, sufre al inicio del tercero una lesión que casi le impedía correr, y apenas planta batalla en las dos mangas finales
09 jun 2023 . Actualizado a las 20:44 h.Carlitos Alcaraz no puede ni andar en el inicio del tercer set. Y ahí cambia Roland Garros 2023. La semifinal sube de temperatura, en plena remontada del español, con 3-6, 7-5 y 1-1, cuando su físico cruje después de estampar una derecha contra la red. Incapaz de dar dos pasos, se ve obligado a conceder ese juego para ser atendido en un cambio de lado. Con 2-1 en contra vuelve a la pista, entre frío, temeroso y cojo, para hacer frente a Djokovic. Alcaraz tiene que jugar golpes deshilachados, a la desesperada, al menos hasta que el físico le vuelva a respaldar. Algo que no llega a suceder, y Carlitos levanta la bandera blanca después de ver como los juegos caen en su contra uno tras otro: 6-1 en el tercero y 6-1 en el cuarto, hasta estrechar la mano de su rival.
Hasta entonces, Alcaraz, un prodigio de 20 años, todavía con acné pero temido ya como ferocísimo competidor en las pistas de tenis de todo el mundo, planta cara a un rival 16 años mayor, el único que en toda la historia del tenis se ha visto a tan solo dos triunfos de su vigésimo tercer grand slam. Lo desafía en un pulso de alternativas, que termina antes de tiempo, sin que Carlitos pueda consumar una remontada para la historia.
Este 9 de junio del 2023 retrasa el relevo en la aristocracia del tenis. Djokovic peleará el domingo (Eurosport, 15.00) por la Copa de Mosqueteros con el ganador del encuentro que se disputa este viernes entre el alemán Alexander Zverev y el noruego Casper Ruud.
Con Roger Federer retirado, Andy Murray en la épica de ganar partidos con una prótesis en la cadera y un Rafa Nadal que descansa para retirarse con los honores que merece su carrera de leyenda, Djokovic es hoy, justo ahora, el único superviviente de la época dorada del tenis del siglo XXI. Juega con un pie en la historia, persiguiendo su vigésimotercer grande, su tercer Roland Garros, y otro en la rutina. Esa confianza le ayuda en el arranque de un día más en la oficina frente a un rival para el que las tardes de fiesta como esta todavía son un acontecimiento. En cambio, el gesto de Alcaraz, ganador del último US Open pero todavía sin apenas cicatrices de las grandes plazas, se tensa al inicio. No es el disfrutón de casi todos sus partidos, el crío que golpea y juguetea. Enfrente tiene a un mito, y el respeto se traduce en malas elecciones: cruzados cuando tocan paralelos, dejadas con el rival muy dentro de la pista... Desajustes subsanables en una final al mejor de cinco sets.
Djokovic, que cerró el puño con su primer break, ya en el cuarto juego, aprovecha ese inicio dubitativo para adelantarse por 6-3 con su versión más rocosa y fiable. Sin extravagancias ni pérdidas de concentración. A Alcaraz le falta un punto de equilibrio, si se puede hablar de equilibrio en su propuesta de tenis de ciencia ficción, o la alegría contagiosa con la que suele competir.
Esa sonrisa la encuentra en un punto imposible. Un golpe nunca visto. Superado por un globo de Djokovic, corre en dirección contraria a la red, resbala, y mientras se aleja de su objetivo y patina, inventa una derecha de espaldas que se convierte en un passing shot cruzado. La grada alucina, el rival aplaude y relucen los dientes en la sonrisa del aspirante. El artista ya disfruta. El primer paso ya lo ha dado. El segundo llega con 4-3 a su favor, después de que el rival pidiese asistencia médica en el cambio. «¡Vamos!», grita Carlitos después de ganar el primer punto del juego. Se anota el segundo y levanta el brazo mientras busca la complicidad de la grada. Y la encuentra. Empieza, ahora sí, la batalla.
El segundo set se descose con varios breaks, antes de que el español reste con 5-4 y 0-40, todo a su favor. Al desafío, bajo presión, responde Djokovic como el monstruo competidor que todavía es a los 36 años. Con cinco puntos seguidos para igualar 5-5. Pero Alcaraz se repone y sella la segunda manga por 7-5.
La tercera, que termina por 6-1 para Djokovic como pura anécdota, no hay manera de disfrutarla. Una lesión arruina el espectáculo con 1-1, el público calla por respeto, y se multiplican los murmullos. Con un jugador mermado y sin apenas correr. Termina el set, Alcaraz intenta resucitar en el vestuario y, a su regreso, la grada grita su nombre: «¡Carlos, Carlos!». De la pista solo lo van a retirar a la fuerza, aunque juegue sin apenas confianza y solo ofrezca aislados golpes de maestro. Y eso sucede tras el doloroso 6-1 del cuarto set.
Alcaraz no puede. Pero se levantará.