Del jersey inapropiado de Day al permiso especial de un móvil para el ganador por si su mujer se ponía de parto

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Mike Segar | REUTERS

El Masters de Augusta, un lugar con sus propias reglas en la élite del golf

15 abr 2024 . Actualizado a las 19:43 h.

El viernes, Jason Day decidió desafiar una de las normas no escritas de Augusta, la de vestimenta. Porque hay cosas que no hace falta decir en el Masters, el guardián de las tradiciones. Así que un oficial del campeonato se le acercó y le indicó que su jersey, con unas enormes letras, no era el apropiado. Los cadis siguen llevando el mismo mono blanco de siempre y la organización del campeonato, que corre a cargo del club anfitrión desde 1934, realiza innovaciones tecnológicas cada año: allí se realizó la primera transmisión en 4K; se usa desde el 2017 la inteligencia artificial de IBM en la realización televisiva para seleccionar los mejores momentos; y se usa desde el 2020 una flota de drones silenciosos a gran altura para captar imágenes cenitales.

La tecnología aumenta el relumbrón del torneo, con una aplicación para dispositivos móviles que recoge todos las imágenes de los golpes de todos los jugadores. Pero la experiencia en el campo, como siempre, es otra. Tradicional. Los cuarenta mil espectadores que hacen cola desde la madrugada para conseguir los mejores sitios —si no hay suerte en el sorteo de venta de localidades, en la reventa las entradas no bajan de 1.500 euros un día de prácticas, y de 3.000 los días de competición— no pueden correr cuando abren las puertas, sino solo caminar. No pasa en ningún otro sitio. Tampoco se permite recostarse, sentarse en el suelo, quitarse los zapatos... Ni usar el móvil. Son requisados a la entrada. Ni el público puede utilizarlos, bajo amenaza de expulsión, ni nadie, aunque Jon Rahm reconoció esta semana que a las estrellas sí les toleran un uso muy discreto de los dispositivos, en privado. El propio Scottie Scheffler contó que el club le concedió un permiso especial para que una persona de su equipo llevase esta vez móvil, para poder enterarse de si su mujer se ponía de parto y marcharse.

Para completar la estampa idílica tampoco se permite lucir banderas, ni carteles ni nada por el estilo. A cambio del dineral de las entradas, los precios en la cafetería son baratos —sándwiches desde dólar y medio (1,41 euros)—. Como no existe una tienda en internet, la física, dentro del club, hace una facturación de unos 70 millones durante la semana del torneo. Tampoco se permite dar propina a los voluntarios y la acreditación de los periodistas incluye un chip para saber su ubicación en cada instante.

El listado de socios es secreto, solo se conoce la afiliación de alguien cuando pasa a lucir la chaqueta verde que Augusta National reserva a socios y campeones. Pero la directiva no invitó a formar parte del club a una persona de raza negra hasta 1991 (Ron Townsend), y a ninguna mujer hasta el 2012. Lleva unos años disputándose un torneo femenino, pero el club decidió que fuese amateur, no profesional, como homenaje al aficionado Bobby Jones, la mente que ideó el paraíso de Augusta.