Antonio Rüdiger, de la hambruna y las peleas callejeras a una historia exitosa

DEPORTES

Angelika Warmuth

Creció en un barrio violento de Berlín y en una familia humilde: «No teníamos dinero, pero estábamos juntos y éramos ricos en eso»

23 jun 2024 . Actualizado a las 17:47 h.

Carismático. Guerrero. Alegre. Payaso. Teatral en el campo. En definitiva, loco, como le apodan. La vida de Antonio Rüdiger (Berlín, 1993) ha sido como la de otros tantos hijos de inmigrantes. Su madre, Lily, huyó de Sierra Leona hacia Alemania, escapando de una violenta guerra civil. Con el padre del ahora futbolista, Matthias, se instaló en una de las zonas más conflictivas de la capital, Neukölln. Un barrio de inmigrantes en el que el crimen formaba parte del día a día. «Las calles eran muy duras. Cuando era pequeño, luchar o pelear en ellas era algo normal», ha recordado en varias entrevistas el central, que este domingo se mide con su Alemania a Suiza (21.00 horas, La 1).

Su familia nunca dejó de ser humilde. Matthias trabajaba lavando platos en un restaurante día y noche, mientras Lily cuidaba a Antonio —le pusieron ese nombre porque su padre es un fiel seguidor de Antonio Banderas— y a sus seis hermanos. Vivían el decimosexto piso de un edificio de viviendas sociales con un balcón intransitable que se podría derrumbar en cualquier momento. «Es increíble, éramos realmente felices. Mis padres no me dejaban salir a ese balcón nunca, era demasiado inestable. Pero fue el mejor momento de mi vida, echo de menos esos tiempos. No teníamos dinero, pero estábamos juntos y éramos ricos en eso. Aún así, mis padres intentaron hacerme la vida más fácil», subrayó. El jugador ha reconocido en más de una ocasión que, en su casa, ser rico significaba poder tener un plato de comida cada día encima de la mesa.

Creció idolatrando a Ronaldo, con dificultades en los estudios y con el apodo de «guerrero» que le puso su madre.

«Para algunos no seré alemán»

Rüdiger se ha enfrentado a innumerables situaciones de racismo. Él mismo confesó durante una entrevista a The Player's Tribune que, siendo pequeño, intentó ayudar a una señora que llevaba muchas bolsas. Ella solo fue capaz de pensar en que aquel niño le iría a robar. «Nunca olvidaré cómo se dio la vuelta al verme y el miedo que se reflejaba en su cara. En ese momento pensé: ‘¿Así es como alguna gente me verá siempre?'. Nací en Alemania, pero nunca seré alemán para algunos alemanes», señaló.

A pesar de sus raíces teutonas, no olvida jamás las africanas. Durante la pandemia envió 100.000 euros y 60.000 mascarillas, creó su propia fundación en Sierra Leona, su segunda casa, y donó todo el dinero que la federación alemana le iba a pagar por jugar el Mundial de Qatar antes de que comenzase el torneo. Además de las donaciones, siempre ha reconocido que en un futuro implementará muchos más proyectos solidarios en el país. Para él, ayudar es una cuestión de orgullo: «En Alemania me han dado oportunidades que a muchas personas en Sierra Leona se le niegan».

Logró evadirse de la violencia callejera y dejar atrás Neukölln. Comenzó a jugar en el SV Tasmania Berlin con 9 años. El resto —Dortmund, Stuttgart, Roma, Chelsea y, ahora, Real Madrid— ya forma parte de una historia de éxitos.

Alemania, un punto para ser primera; Suiza, casi clasificada

La última jornada del grupo A mantiene completamente abierto el primer puesto. Alemania, ya clasificada de forma matemática para octavos, necesita, al menos, un empate para pasar como líder a la siguiente ronda. En caso de derrota ante Suiza, sería el combinado helvético el que pasaría como primero, dejando a la anfitriona relegada al segundo puesto.

La selección de Murat Yakin pasaría como segunda de grupo si pierde o empata con Alemania y si Escocia no gana a Hungría. Incluso aunque este último supuesto sucediera, el puesto de Suiza dependería de la diferencia general de goles (tiene ahora un +2 y Escocia un -4).