Me encanta esta selección. La mayoría de sus futbolistas son chavales que tuvieron que ganarse un sitio en el fútbol de élite superando dificultades personales, familiares o deportivas. La mayoría parecen sanotes y disfrutan de esta bendita mezcla de razas y caracteres. La mayoría maneja la notoriedad que le da su papel de referentes, y su recién estrenado cartel de favoritos, con naturalidad, sin poses, vedetismos ni chulerías. Por eso, porque España ha conseguido jugar muy bien, que es de lo que se trata, aunque no iniciase la Eurocopa con un regimiento de Balones de Oro, chirriaron tanto algunas exageradas precauciones alrededor del partido contra Georgia. Clavó el comentario Manuel Mosquera en estas páginas. España era muy superior, aunque eso no significase que no pudiera perder por una casualidad o un fatalismo puntual. Fue justo lo que pasó con el gol de rebote que abrió el partido. Cuántos «ya te lo decía yo» se habrán oído. Cuando, en realidad, no había un solo aspecto del juego en el que la selección no estuviese barriendo a Georgia; salvo en el apartado «rebotes y mala suerte». A la selección, pese a sus virtudes, le cuesta dejar atrás ese escepticismo, casi un autoodio, que genera, una sensación —como ya vimos en la época de los títulos— que solo se irá sacudiendo con victorias. Como la de ayer. Como las que ojalá estén por venir.