Así es por dentro y así espera Roland Garros a Nadal y Alcaraz para los Juegos de París

Paulo Alonso Lois
Paulo Alonso PARÍS / E. LA VOZ

DEPORTES

El complejo se tiñe de azul olímpico durante sesiones de entrenamiento sin público

23 jul 2024 . Actualizado a las 11:05 h.

No hay colas ni griterío ni peticiones de autógrafos ni prisas. El complejo de Roland Garros, al este de la capital olímpica, se despierta el lunes en silencio, vacío, mientras se ajustan los últimos martillazos a una pequeña zona mixta ubicada entre las dos pistas principales, la Suzanne Lenglen y la Philippe Chatrier. En esta, la histórica central, se entrena Gael Monfils, para el que los Juegos tienen el añadido de la melancolía del que se despide, y en casa. Algo más allá, en la antigua cancha redonda, conocida como la plaza de toros, y ahora un coqueto estadio acristalado, el Simonne-Mathieu, con plantas por todos lados, y levantado en medio del Jardín de los invernaderos de Auteuil, busca y rebusca su mejor versión Naomi Osaka, la niña prodigio que un día se rompió por dentro. La deportista que Japón eligió para encender el pebetero de Tokio 2020 entrena en solitario, ante la mirada de un solo periodista. Un placer prohibido en un gran torneo. Porque los Juegos todavía no han visto el filón de vender entradas para sus sesiones de preparación. Casi todo está listo ya en Roland Garros para la apertura de puertas del sábado, cuando empiece la competición olímpica de tenis. Y el complejo ya se ha teñido de azul, el color corporativo de estos Juegos de París, y de los cinco aros. Aunque todo aguarda en calma todavía.

Es lunes y no están programados entrenamientos ni de Rafa Nadal, que la víspera perdió la final de Bastad, ni de Carlos Alcaraz, favorito para ganar el oro olímpico a sus 21 años. Ambos jugarán el dobles más esperado de la historia de los Juegos, por el valor simbólico que tendrá juntar por primera vez a la leyenda del tenis español de principio de siglo con su irreverente heredero.

En un rincón cercano a la plaza de los Mosqueteros, los cuatro mitos que hicieron grande al equipo francés de la Copa Davis, los jugadores que dieron sentido a levantar el estadio de Roland Garros en medio del Bois de Boulogne —Henri Cochet, René Lacoste, Jean Borotra y Jacques Brugnon— alguien afila las espadas de los aspirantes. Los encordadores de raquetas, los encargados de cuidar las armas de los artistas, la sensibilidad en el momento del tacto con la pelota. Comparten espacio con la gigantes tienda de productos olímpicos, donde está todo preparado: peluches, camisetas, toallas, souvernirs... Una mascota, 20 euros; una camiseta, 30; una sudadera, 40. El precio de lucir los cinco aros de recuerdo.

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Entre las tres pistas principales tienen más de 30.000 asientos. Así que a partir del sábado se esperan unas 35.000 personas en cada sesión de partidos en Roland Garros. El complejo ha sabido reinventarse y adaptarse a los tiempos, cubriendo las dos pistas principales, al tiempo que mira al pasado y honra a sus mitos. Con las estatuas en honor de Rafa Nadal —14 veces campeón individual en Roland Garros— y de Lenglen —campeona olímpica también, y ganadora de 12 grand slams individuales—, con el paseo de la fama del tenis francés, que recuerda a los mejores jugadores locales de la historia, con el espacio propio dedicado a Yannick Noah, el último ganador local, el carismático campeón de 1983, con mosaicos de ganadoras célebres como Chris Evert...

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Junto a la Chatrier ondean ya las banderas de todos los países, y el enorme panel con los cuadros de emparejamientos de las cinco pruebas olímpicas de tenis, entre individuales, dobles y mixtos, espera aún vacío a que el sorteo determine el camino hacia las medallas.

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En la zona de prensa, en los sótanos de la pista central todo ya funciona. Para los periodistas, como en otras sedes, un servicio de cortesía con fruta fresca, galletas de mantequilla, café, agua... Allí el personal de la organización atiende todas las dudas con amabilidad infinita y el tiempo que no tendrá en cuanto comiencen los partidos.