La torre Eiffel lucía coloreada por cientos de lucecitas al fondo, la pista de voley playa estaba otra noche más abarrotada, y en general iba subiendo la temperatura. La torçida brasileña celebraba los puntos de su pareja de voley playa femenino, luego respondía la afición canadiense, que no era poca. Y entre ovaciones, un resultado tensísimo, el ritmo de la música, el chunda chunda por los altavoces y las correcciones arbitrales a través del vídeo, la final femenina se fue calentando en el desempate, cada vez más cerca de saber quién se llevaba la medalla de oro de los Juegos de París.
Entonces, con 11-7 para las brasileñas en el desempate, el árbitro concedió en principio un punto polémico a la pareja canadiense, a lo que sucedió un grito retador para celebrarlo; cuando el árbitro corrigió su decisión a favor de las brasileñas, llegó la respuesta de una de las jugadoras con otro grito parecido. Y el tema se calentó a ambos lados de la red, con las jugadoras a solo unos centímetros con dedos acusadores, y un asistente en plena arena para intentar separar a las finalistas, y con el juez de silla incapaz de reconducir la situación entre silbidos.
La escena se destensaba poco a poco en el momento en el que iba a servir Brasil, y entonces el pincha se extralimitó por el momento en que se hizo protagonista. Y qué bien lo hizo. Rescató el Imagine de John Lennon, la grada lo acompañó cantándolo, y la tensión por el oro del voley playa olímpico pudo esperar por unos instantes. Los rostros se relajaron, las sonrisas volvieron a las caras de las jugadoras y todo volvió a fluir. Resultó todo tan ñoño, que fue precioso. El poder de la música, el acierto del DJ.