Jordi Aragonés Pose, preparador físico y entrenador de baloncesto: «Yo sí pensé que podríamos ganar a los EE.UU.»

Pablo Penedo Vázquez
Pablo Penedo VILAGARCÍA / LA VOZ

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Abraldes

El gallego, que dirige al Zaglebie Sosnowiec de la máxima categoría de Polonia, acaba de poner fin a 14 años en el cuerpo técnico de la mejor selección femenina española de la historia

24 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En agosto del 2024 cerraba su círculo virtuoso con la selección española femenina de baloncesto en los Juegos Olímpicos de París. Jordi Aragonés Pose (Vilagarcía de Arousa, 21 de abril de 1976) ponía fin en la capital gala a catorce años como preparador físico de la mejor generación de jugadoras que ha dado en la historia el deporte de la canasta en España. Con ella ha sido partícipe de ocho medallas en el Eurobásket, el Mundial y los Juegos, incluidos tres títulos continentales y una final olímpica ante los todopoderosos Estados Unidos en Río de Janeiro. Un gallego con un currículo de oro.

—Lo suyo con la selección fue llegar y besar el santo. Primer gran campeonato y le roban la grandeur a Francia en suelo galo...

—¡Sí, sí! Exacto. Eso fue en el 2013. ¡Ya llovió! Una final memorable, en Francia, en su casa. Recuerdo un partidazo. Es uno de mis mejores recuerdos deportivos, e imagino que el de mucha gente de aquella selección y cuerpo técnico. Veníamos de un Europeo, el del 2011, en el que España se había quedado fuera en los cuartos y sin clasificar para los Juegos del 2012. Fue una especie de vuelta a lo grande. ¡Fue una maravilla!

—Ha sido partícipe de la mayor etapa de gloria del baloncesto femenino español...

—Femenino, sin duda. Porque aunque se dieron medallas antes del ciclo en el que estuve, nunca se había conseguido una medalla olímpica, nunca se había llegado a la final de un Mundial, y después, haber logrado tres campeonatos de Europa, dos de ellos seguidos.

—¿A qué atribuye este ciclo?

—A una combinación de cosas. Una generación de jugadoras de un nivel increíble. Que hayan convivido en la misma selección jugadoras como Alba Torrens, Marta Xargay, Anna Cruz, Laia Palau, Silvia Domínguez, también Laura Nicholls; después la ayuda en un momento de Sancho Lyttle, de Astou Ndour, y jugadoras que a lo mejor no eran tan fijas, que entraban y salían, como Cristina Ouviña, Queralt Casas, Leo Rodríguez… Es una generación increíble, de talento, pero también comprometida, que se llevaba de manera increíble tanto fuera como dentro de la pista. Y después, creo que unos profesionales a nivel de cuadro técnico que intentamos dar lo mejor de nosotros y poner nuestro granito para ayudarlas. Pero está claro que la clave es la generación que se juntó en ese momento.

—¿Qué porcentaje cree que le corresponde a usted en todas esas medallas que celebró en el banquillo de España?

—El porcentaje no te lo sé decir. El trabajo en equipo del cuerpo técnico, cada uno ejerciendo su función, ayudó a esos éxitos. Por mi parte, puse todo mi trabajo y conocimientos para ayudar a conseguir lo que se logró. A preparar al equipo para que el seleccionador pudiera disponer de cada una de las jugadoras que había seleccionado en su mejor versión física en verano.

—¿Cuando año tras año se veían encadenando medallas y títulos, uno llega a pensar realmente que se podría vencer a los EE.UU. en un Mundial o unos Juegos?

—Yo, sinceramente, sí pensé en que, en un momento dado en un partido bueno, llegaríamos a competir para ganarles. Hemos jugado dos finales contra ellas, la del Mundial de Turquía del 2014 y la de los Juegos del 2016, y nos faltaba un puntito. Sí pensé que con una pizca de suerte, en un partido determinado, se podría ganar. No se llegó a dar. Y la generación de grandes jugadoras que teníamos en ese momento se fue acabando. Ahora empieza un nuevo ciclo. Esta nueva generación de jugadoras necesitan un proceso de crecimiento.

—Desgraciadamente, también le tocó uno de los momentos más complicados de la historia de la selección, el de la salida de Lucas Mondelo...

—Pues sí. Eso fue una pena. Toda la salida, lo que hubo con aquellas declaraciones entre jugadoras y Lucas, como Marta Xargay y Anna Cruz sobre todo, que acabó en juicio. Pero como en la vida, no todo es perfecto, a veces pasan cosas, en las familias también.

—No sé si alguna vez pensó qué hace un mozo de Arousa, una comarca sin grandes clubes de baloncesto, en un lugar como este. ¿Sintió en algún momento el síndrome del impostor?

—[Carcajada] Bueno, no. Las cosas en la vida me fueron llegando de manera un poco inesperada. Cosas que nunca me planteé. Ser profesional y poder vivir del baloncesto no me lo planteé cuando empecé en Vilagarcía, pero fui profesionalizándome, y de ahí la llamada de Salamanca, la de la Federación. Fueron cosas que fueron surgiendo y mira, acabé trabajando en Polonia, que tampoco estaba en mis planes. Creo que hay que tener un poco de fortuna, trabajar, y ser lo mejor posible en el trabajo que haces, pero también estar y coincidir en los momentos adecuados para tener esa oportunidad.

En corto

Aragonés inició su carrera en el Cortegada. Tras siete años en el equipo de su pueblo y los subcampeonatos de LF y Euroliga en el Perfumerías Avenida, fichó en el 2009 como preparador físico y segundo del Wisla Can Pack Cracovia. Allí echó ocho cursos, ganando seis títulos polacos y acabando entre los ocho mejores de la Euroliga en cinco ocasiones. Desde el 2020 trabaja en el Zaglebie Sosnowiec, dando el salto a entrenador principal. Conocer en Polonia a su mujer, Kinga, y construir con ella y su hija Alice una familia lo han convertido en casi un polaco más.

—¿Una comida polaca que no tenga que envidiar a la gallega?

—Difícil. Difícil... Hay una sopa tradicional que se llama zurec. Te la sirven en una bolla de pan, y está muy buena; sobre todo en esta época como estamos ahora a menos 7 grados, ayuda mucho a entrar en calor. Pero nada comparable a lo que tenemos por ahí.

—¿El lugar que nadie debería dejar de ver en Polonia?

—Pues en Cracovia, la plaza central, con su mercado en el centro, la catedral... Y después, por supuesto, el campo de concentración de Auschwitz, una mezcla entre tragedia e historia que merece la pena ver.

—¿Alguna tradición o hábito que haya que tener bien presente para no meter la pata?

—¡Pues mira! Un hábito que al principio no entendía es que cuando entras en una casa te tienes que quitar los zapatos. Sobre todo, en invierno, si entras con el calzado después de haber pisado la nieve, dejas todo fatal, porque ensucia mucho. Al principio metía la pata, pero es un hábito que ya he adquirido. Ahora hasta incluso cuando voy a España lo hago.