Baba y María son la única familia que vive en su aldea de Ourense: «Fue brutal dejar Tenerife por un lugar con dos casas habitadas»

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Santi M. Amil

El arte de volver a empezar lo ha cultivado varias veces esta pareja de senegalés y tinerfeña con raíces en Galicia que en el 2023 dio el salto, con su hijo, desde Canarias a Santa María de Vilardevós, donde han creado una asociación y dan los primeros pasos para montar un coliving. «La vida de aldea es un lujo, lo único que falta es gente», señalan

06 oct 2025 . Actualizado a las 11:51 h.

Baba y María saben que volver a empezar no es un suceso, sino una forma de vida. Se conocieron en Tenerife en julio del 2016, cuando ella trabajaba en el sur de la isla llevando el gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Guía de Isora y él se hacía oír como músico tras haber dejado Senegal nueve años antes y aterrizar en Los Rodeos sin parte de su música, sin su lengua y sin su gente. Con la esperanza metida en la maleta llegó Baba con visado de turista a Tenerife y se quedó. Tras dos años en situación irregular, logró obtener un permiso como autónomo, pero tuvo que pasar una noche retenido.

Cuando se conocieron, María acababa de mudarse al sur desde el norte de la isla. «Me fui al sur porque la vida me llevó a conocer a Baba», siente esta canaria, que nació en Santa Cruz de la Palma en 1983 y creció en invierno en la isla y en verano en la aldea de su padre. Un conocido, aquel mes de julio que cambió su historia, la invitó a ir a un concierto en el que tocaba Baba. María aceptó y algo parecido al reggae les unió desde esa isla que rebosa turistas hasta una aldea de Ourense con dos casas habitadas.

La «culpa» del flechazo la tuvo el arte de Baba, y mensajes por WhatsApp que hicieron de teloneros. «Al final de ese concierto nos conocimos y surgió la chispa», cuentan. El Teide de su conexión llegó pronto. «Fue todo muy intenso. En meses nos fuimos a vivir juntos», dice María. A los dos años tuvieron a su hijo y comenzaron a trabajar codo con codo a raíz de un festival de cine en la isla que les llevó a decidirse a ser pareja en todo. María estuvo un tiempo compaginando su empleo como jefa de gabinete de comunicación con el trabajo de prensa del festival hasta que llegó «el salto», ese impulso de mudarse juntos a la península de las aldeas vacías para darse la oportunidad de volver a empezar con lo puesto y aires nuevos.

En el 2023 la madurez del proyecto artístico de Baba y la sed de un cambio profesional en María les hicieron volar a la aldea. Así llegó esta familia a Santa María, de Vilardevós, donde María pasó «todos los veranos» de su infancia. «Cuando se dio ese cambio, decidimos que yo viajara a Galicia con el peque en verano, para que conociera bien esto y pudiera aclimatarse. Después vino Baba de vacaciones. Y en ese entorno idílico que es la aldea en verano nos enamoramos del lugar y de su entorno», relata ella.

La música a tope

A su llegada, dos casas habitadas. Una, la del tío de María. Y en la otra vivía un señor mayor que falleció en ese primer invierno gallego de Baba y María. «La parte de arriba del pueblo quedó sin gente —cuentan—. Hoy solo estamos nosotros cuatro siempre. Luego, hay vecinos que vienen de vez en cuando a cuidar las huertas».

¿Una aldea es una isla? «Hay diferencia —responde Baba—. Pasar de una isla llena de gente, de actividades, a una aldea donde solo estábamos nosotros fue brutal. Puedes pensar: ‘‘¿Cómo pueden dejar una isla tan grande para venir a una aldea?’’. Para mí, aquel era el momento de cambiarlo todo. Cuando estás muchos años en un entorno, llega un punto en que te sientes quemado. Yo necesitaba renacer en mi profesión para arrancar de nuevo y ver el sentido de lo que hacía». Venir a Galicia fue para él una motivación, un reto. «Esto es muy guay, muy bonito. Yo me siento feliz aquí, tranquilo, puedo escribir, componer y pensar», celebra. «¡Y en la aldea puede poner la música al volumen que quiera sin darle la lata a nadie!», acompasa su pareja.

Dos años han cumplido en su aldea con fibra. Baba y María emprenden el que es su tercer otoño en Santa María con el proyecto de montar un coliving para llevar vida al pueblo. Mientras van dando pasos, no pierden de vista el valor de ver a su hijo crecer en un entorno «de lujo, a un kilómetro del concello de Vilardevós». Pese al proceso de despoblación que ha sufrido en los últimos años el sur de Ourense, allí se mantiene, valoran, un centro educativo, un CEIP en el que, «por suerte», hay una media de 30 o 35 niños en los últimos cursos. «Es toda una aventura para nuestro hijo, que empezó a hablar gallego muy rápido», suma María.

Una pareja a punto de llegar a la aldea hará que en breve pasen a ser seis los habitantes de Santa María. Toda alma cuenta. «Mi forma de ver las cosas muchos no la entienden. Mi forma de ver las cosas —explica Baba— es que hay que aprender a adaptarte en cualquier situación. No tienes que complicarte la vida, lo que hay es lo que hay y lo que viene es porque tiene que venir. Nadie va a venir a hacer las cosas por ti. Si todos pensamos ‘‘al pueblo no voy, que no hay nadie’’, los pueblos se quedan sin gente. Hay que hacer algo. Para mí, la vida de aldea es un lujo. Tengo mis animalitos, mi estudio para los ensayos, pongo la música a tope y no molesto a nadie, la gente cuando viene es muy amable... ¿Qué más se puede pedir?». Un airiño gallego tiene este pensamiento de Baba, que considera que «la filosofía de vida de la gente de Galicia en realidad es muy africana. Vemos la vida parecido, muy de rasta. Lo rasta va de intentar hacer lo que tienes que hacer, pero sabiendo que cómo vienen las cosas no depende de ti». Así lo educaron a él y así vive y canta Baba.

Hacer de Santa María un lugar donde pueda vivir la gente es el sueño de esta pareja sin miedo al cambio que forma parte del programa Fixar de la Xunta, dirigido a emprendedores de colivings rurales. Ellos han empezado por montar una asociación multicultural que integra el proyecto artístico de Baba y las experiencias que ofrece como chef con otro de bienestar del que se encarga María. Su asociación en marcha se llama Asanta Teranga, y combina el nombre de su aldea con una palabra africana. «Los africanos de Senegal somos los leones de la teranga, leones de la hospitalidad», explica Baba, que este otoño lanza su primera canción en gallego, Miña Galicia, orgulloso de ser neofalante. «Es mi agradecimiento a esta tierra», dice este león siempre hospitalario con la esperanza.