
La confirmación de que la Ryder Cup volverá a disputarse en España, 34 años después de la ocasión anterior, es sin duda una magnífica noticia para el golf de nuestro país y para todo el deporte nacional. Por algo la competición es la tercera más vista del mundo, solo por detrás de los Juegos y el Mundial de Fútbol.
España puede presumir, además, de haber tenido una influencia determinante en el torneo. Tanta, que la reglamentación se alteró a finales del 1977, después de que Jack Nicklaus pidiera en una entrevista el concurso de golfistas españoles para salvar la Ryder. Venían de ganar siete de los nueve primeros torneos del circuito y aparecían como la gran baza para que británicos e irlandeses pudieran competir en condiciones contra los americanos.
A nivel personal, gané mis dos duelos individuales y conservo la victoria frente a Lanny Wadkins [en la edición de 1985 en The Belfry] como uno de los grandes recuerdos de mi carrera deportiva. Entonces contábamos con un equipo realmente potente, pero había que demostrarlo, porque nunca nos habíamos impuesto. Después fui vicecapitán europeo en tres ediciones, que también me dejaron momentos memorables.
Tuve la inmensa fortuna de compartir cuatro partidos de dobles con Severiano Ballesteros, el alma de la competición en muchos sentidos. Él fue quien hizo posible devolver el orgullo y el carácter a Europa.
En esta ocasión, estaba absolutamente convencido de que el campo Camiral Resort Golf & Wellness resultaría elegido. El asunto tiene miga, porque el dueño de la instalación es un irlandés que arrastra un importante pique con otros compatriotas de elevados recursos, propietario del campo en que se disputará el torneo del 2027 (en Limerick). Había pocas dudas de que echaría el resto para demostrar que su capital estaba a la altura.
Su éxito ha redundado en el justo reconocimiento del papel que España ha tenido en este deporte y en esta formidable competición en particular.