
Ahora más que nunca. Cuando todo un país es experto en la ejecución de un penalti. Ahora que los 122 minutos anteriores se han difuminado antes de la cuenta, pese a que Cata voló para evitarlo, toca intentar separar el grano de la paja y rendirle una pequeña oda al fútbol. A ese que desplegó Ona Batlle. Esa jugadoraza de apellido impronunciable y sobre la que es probable que, para bien o para mal, el foco pase de largo. Que no se detenga en la dorsal número 2, la que campó a sus anchas de principio a fin en esa final de la Euro en Jakob-Park que se escurrió cuando estaba tan solo a once metros de distancia.
La lateral a que le sobró tiempo para interesarse por una tocada Lucy Bronze cuando el crono jugaba ya en contra y la que, a golpe de centro lateral, mantuvo viva la llamada de la victoria hasta que la pena máxima acabó convertida en drama nacional. Ona la que galopó, asistió a Mariona y, entre la ingente batería de ocasiones claras con su cuño, le sirvió una de libro a Salma en el alargue. También, como prueba de que el fútbol es un juego de aciertos y errores, fue ella la que no acertó a tapar el centro lateral de Chloe Kelly que derivó en el empate inglés. ¿Y qué importa eso si perdimos? Importa y mucho porque las penas son menos penas, o al menos para mí, siempre que campe Ona.