El día que quise ser un ángel

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

Adrian Freiria

A Estrada quiere crear una red de voluntarios para asistir a personas con paradas cardíacas y el primer paso es hacer una RCP o intentarlo al menos

25 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El Concello de A Estrada está a la busca y captura de ángeles que, de paso que hacen su vida cotidiana, puedan echar una mano ante una parada cardíaca. No sería tan raro. Cada mes cuatro estradenses sufren un ataque al corazón y cada día mueren en España 350 personas por esta causa. A veces, sin que nadie llegue a auxiliarles.

Ante un caso de parada cardíaca, la mayoría de los testigos se limitan a llamar al 061 y esperar a que llegue. La llamada está bien, pero cada minuto cuenta y cuantos más pasen menos posibilidades tendrá de contarlo el paciente. ¿Qué hay que hacer entonces? Una RCP (reanimación cardiopulmonar). ¿El problema? Que pocos ciudadanos de a pie se atreven.

Me reconozco como una de esas personas que, para no cargar una muerte sobre su conciencia, prefiere esperar a que otro intervenga. ¿Y si lo hago mal? ¿Y si no tengo suficiente fuerza? ¿Y si le rompo una costilla? El peso de la duda cae sobre mi conciencia.

Sin embargo, este lunes he asistido a una charla sobre el programa CardioAngel —la nueva red estradense de personas formadas como auxiliadoras— y un técnico de Emerxencias con 25 años de experiencia ha dicho las palabras mágicas para hacerme cambiar de parecer: «Unha persoa en parada cardíaca está morta. Só ten unha posibilidade de sobrevivir, que é a RCP». Y un médico ha añadido: «É preferible facer unha RCP aínda que sexa mal que non facer nada».

Está claro. Voy a asistir a la formación práctica en RCP básica. Como yo, otras 120 personas dieron el paso este sábado. Eso me devuelve un poco la confianza en el género humano.

Cuando llega mi turno, me falta tiempo para preguntar mi primera duda. ¿Y como sé yo si la persona tumbada en la calle está realmente en parada cardíaca?

Fácil como el bricolaje

«Eso es muy fácil: el muerto, suele tener cara de muerto», me espeta el monitor. Me quedo un segundo mirando perpleja al maniquí de prácticas y pienso que, si en verdad tiene cara de cadáver, es posible que yo me desmaye al instante. Pero me armo de valor y sigo con la clase. «Esto es como el bricolaje. Es fácil y para toda la familia», me anima.

«Lo primero que hay que saber es si la persona está consciente y si respira de manera efectiva», dice el instructor. Para saber si está consciente se le puede golpear de forma consistente con la mano en la clavícula, preguntándole en voz bien alta si está bien y nos oye. Ahí no hay fallo. Resuelvo.

Si no hay respuesta, es imprescindible saber si respira bien. El monitor me enseña cómo comprobar la vía aérea. Hay que empujar la frente del paciente hacia atrás con una mano mientras con dos dedos de la otra se le alza el mentón, llevando la cabeza hacia atrás, con cuidado de no cerrarle la boca. Entonces se acerca la oreja a su boca mientras se observa el pecho para intentar escuchar la respiración o percibir su movimiento en el tórax, durante un máximo de 10 segundos. Si hay respiración, se tumba a la persona sobre el costado izquierdo y se espera vigilante a que llegue la ambulancia.

¿Y si no la hay?. Toca masajear. El primer paso es trazar una cruz imaginaria entre la línea del esternón y la línea intermamilar. Justo donde se cruzan es donde hay que apoyar las manos para hacer la RCP. Se estiran completamente los codos, se pone la mano derecha por debajo (los diestros), se enlaza sobre ella la izquierda, se colocan los brazos en línea recta con los hombros, que es desde donde se hace la fuerza, y se empieza a presionar el pecho como si de un muelle se tratase a un ritmo de entre 100 y 120 compresiones por minuto.

Está clarito. Lo difícil es llevarlo a la práctica. Empiezo mal. No comprimo hasta el fondo. «Hay que aguantar ahí para deprimir el tórax», me corrige paciente el monitor. También descomprimo mal. «Pera descomprimir no se puede dar ese salto, hay que hacerlo con las manos apoyadas en el pecho», me dice. Lo intento de nuevo. Parece que la cosa va, pero no llevo ni dos minutos y ya siento el cansancio. «Cada dos minutos hay que hacer revaluación y ver si hay indicios de vida y recuperación del pulso», me cuenta mientras me sudan las manos. En mi caso, me temo que el paciente no habría recuperado. Nuevo intento. Ahora falla el ritmo. «¿Conoces la Macarena o el Stayin alive de los Bee Gees? Es ese ritmo», sugiere el monitor. Vuelvo a la carga.

Sospecho que lo hago fatal porque, tras varios intentos, el instructor, que es todo empatía, me dice: «Ya casi lo tienes». Sé que me miente. Mi amago de RCP malamente podría salvar an adie, pero ahora al menos tengo un par de claves para, si se da el caso, no quedarme de brazos cruzados.