Juan María Calvo Roy: «Al bonsái hay que mirarlo todos los días»

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

miguel souto

El maestro compara este arte con tener una mascota: puede hacerlo cualquiera con mimo y dedicación

21 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan María Calvo Roy (Madrid, 1954) lleva treinta años enganchado al arte del bonsái. Empezó en su Madrid natal por pura casualidad. A su mujer le habían regalado un árbol en miniatura que acabó muriendo. Juan María se tomó la molestia de apuntarse a un curso para que no volviera a sucederles. Lo hizo al lado de casa, en el Club Bonsái Somosierra. Fue solo el primer paso. Luego se hizo socio y acabó siendo profesor. «No soy un maestro», insiste. Pero sus sólidos conocimientos son una evidencia. Aún ahora, instalado en A Estrada por razones familiares, sigue regresando dos veces al mes a la capital para impartir talleres y para respirar el bullicio urbanita.

En O Foxo (A Estrada) ha encontrado el contrapunto perfecto a la ciudad: una hectárea de finca en la que leer arrullado por el canto de los pájaros y en la que las posibilidades de crear nuevos bonsáis son casi infinitas.

Juan María no las desaprovecha. Se ha ido trayendo sus bonsáis de Madrid al tiempo que ha ido formando otros nuevos. «Se pueden sacar de semilla, pero con 71 años no es aconsejable», explica con retranca casi gallega. «Se pueden sacar casi de cualquier árbol o arbusto, aunque si tiene la hoja grande no es aconsejable. El castaño, por ejemplo, no sirve porque es imposible reducir el tamaño de la hoja. El bonsái es proporción», cuenta. Sus plantas las compra en un vivero, las trae de algún viaje, las reproduce a partir de otras de su jardín, las recoge en la cuneta o las rescata de la basura muchas veces. Donde otros ven una planta venida a menos, Juan María ve un bonsái en ciernes. El resultado son más de medio centenar de esculturas vivientes que él retoca con devoción y supervisa cada día.

Para el experto, el mimo diario es la clave del éxito para sacar adelante un bonsái. «Cualquier persona puede tener un bonsái», dice rotundo. «Cualquiera con cierta sensibilidad y cuidado», matiza. «Yo lo comparo con tener una mascota. No hace falta ser veterinario para tener un perro y no hay que ser ingeniero forestal para tener un bonsái. Pero al perro tienes que darle de comer todos los días, sacarlo y cuidarlo. Con el bonsái pasa lo mismo. Al bonsái hay que, por lo menos, mirarlo todos los días para ver si necesita algo. Al final es un ser vivo que depende de nosotros y es una crueldad que se te muera por negligencia, por abandono o por olvido», dice.

Según explica Juan María, los cuidados básicos que precisa un bonsái son el regado, el abonado y la poda, «para que no se desmadre demasiado». Eso y algún trasplante y corte de raíces de vez en cuando garantizan la supervivencia. Cierto es que hay que formarse un mínimo para regar o abonar correctamente. El riego, por ejemplo, depende mucho del espacio o la época del año y es tan malo regar poco como demasiado. En el primer caso, el bonsái puede secarse. En el segundo, se le puede pudrir la raíz. «En verano igual tienes que regar dos veces al día y en invierno una vez en la semana. Aquí, si llueve, igual un bonsái puede estar los cuatro meses de invierno sin regar», cuenta Juan María. Según aclara a los profanos en la materia, por más que se vean a veces en centros comerciales, «el 98% están mejor fuera, al aire libre. Les gusta el frío, el calor, la lluvia...», advierte.

Pero una cosa es mantener vivo un bonsái y otra muy distinta llegar a entender toda la filosofía que hay detrás de este arte milenario. «Un bonsái es una planta viva y al mismo tiempo es una escultura. Tiene mucho de la filosofía zen», comenta el madrileño. «En un bonsái lo más importante es el tronco. Tiene que verse de frente y, cuánto más gordo y más dañado, mejor. Imitamos el trabajo de la naturaleza y nos gustan más los defectos o imperfecciones. Un bonsái también debe ser proporcionado. El grosor tiene que ser proporcional a la altura, a la maceta, a las ramas... Las ramas no pueden estar todas del mismo lado y tienen que ir disminuyendo en grosor con la altura. Además, se busca que el bonsái forme un triángulo escaleno, que tenga carácter y que se incline hacia su cuidador en una especie de reverencia. Los bonsáis tienen parte frontal y parte posterior. Con la poda y el alambrado se van modelando y se les da carácter», explica esforzándose por resumir tres décadas de experiencia. Obviamente, es imposible. El arte del bonsái no entiende de prisas. «En este mundo el tiempo no se mide en días ni en años. Lo medimos en decenios», explica Juan María. El premio a la paciencia es poesía viva. «Es como un haiku: conciso, simple, bello y con algo de misterio». Nada más. Y nada menos.

 

Juan María es periodista y sociólogo. Trabajó 33 años en la agencia EFE y fue director del departamento de Internacional. Fue corresponsal en Guinea Ecuatorial, Israel y Bolivia y enviado especial a Irak.

Además de los bonsáis, su otra pasión son los libros. Ahora que se ha jubilado lee a destajo e intenta esquivar compromisos que le impidan hacerlo. «Soy muy usurero con mi tiempo de lectura», confiesa.