La saga familiar con la figuración como emblema

Javier Benito
javier benito LALÍN / LA VOZ

SILLEDA

Miguel Souto

Ana Brea, afincada hace unos meses en Vigo, destila una especial sensibilidad en sus pinturas y dibujos

29 oct 2025 . Actualizado a las 12:04 h.

Dicen que el entorno familiar, los gustos y costumbres de los padres, sus oficios y el ambiente que se vive en casa nos marca desde la infancia. Un época casi siempre feliz y que tendemos a evocar con nostalgia, donde la imitación suele prevalecer. Ana Brea (Salamanca, 1976) vivió entre tizas de colores, bastidores y telas desparramadas por su hogar. En sus juegos seguro que pintaba esa casa esquemática con chimenea y humo, con un sol de aspas irradiando en un cielo azul. Y seguro también que bajo la mirada enternecida de su padre, José Brea Colmeiro, artista y catedrático de dibujo nacido en Silleda. Una saga familiar con otras ramas, entre ellas la del universal Manuel Colmeiro, en la que Ana quiere protagonizar su propia historia con la figuración, al menos por el momento, como propuesta creativa.

Conversar con esta mujer inquieta, resolutiva y de palabra cautivadora, transmite esa pasión que acaba de avivar. Porque Ana Brea decidió dar un nuevo giro de timón en su vida en el 2023, con una «minicarrera de Bellas Artes, focalizándome en lo que más me gusta». Si desde siempre dedicaba algún que otro rato de forma ocasional a trazar con el grafito, en un nuevo momento disruptivo en su vida decidía convertir ese sentimiento larvado desde pequeña en profesión.

En Madrid, en el barrio de Vallecas, del que «me ha costado irme, quizás no lo hecho del todo», comenzaba a exhibir sus creaciones con éxito tanto en exposiciones individuales como colectivas. Hace pocos meses recalaba en Vigo, donde ya cuenta con obras en la galería Quadro y en la que participará en Navidad en una muestra conjunta. Y apunta a reglón seguido que también tienen una de sus piezas en la galería Besada de O Grove.

Pero en ese periplo que le ha llevado al arte hubo otros momentos vitales que, por ejemplo, le hicieron estudiar Farmacia. «Era una joven muy sensible, con inseguridades y que me podía hacer daño cualquier cosa, y me decanté por esa carrera que también me satisfizo después, por ese contacto directo con la gente», apunta Ana. Ejerció hasta que por su proyecto de familia decidió dedicarse plenamente a sus hijos y dejó el trabajo de boticaria.

Llegamos así a ese 2023, cuando sopesa volcarse con el arte, sus vástagos ya en edad escolar y con más tiempo para ella. Quizás porque la figura paterna, su sensibilidad creativa, con la que tanto conecta, le habían marcado de manera más o menos consciente durante su propio viaje vital. Quizás porque se siente atraída también por el baile, la interpretación,... todo lo que tenga que ver con habilidades más sociales, y que pudieron haberse convertido en otro cauce creativo, aunque optó por la pintura.

En el estudio Nigredo de Madrid, con la dirección de Diego Catalán, comienza esa carrera al esprint para formarse desde hace tan solo tres años. Clases centradas en el dibujo académico y anatómico, de la figura al natural. Unas enseñanzas que se complementaban con las influencias y consejos de Pedro de Toro, tras conocerse de casualidad cuando el pintor entraba a su farmacia para conseguir el tratamiento para una tendinitis.

Herencia casi genética

Ana Brea resalta haber dibujado «desde que tengo uso de razón», con esa herencia casi genética y de forma de ser que le llevan a la referencia de Pepe, como coloquialmente llama a su progenitor. O de otros allegados, con un emotivo recuerdo a una de sus abuelas, que se dedica al cuidado de su familia pero tenía una gran sensibilidad dibujando, «de un realismo brutal». Y siempre desmenuzando mucho arte, bebiendo del realismo, del impresionismo, del barroco,... Reconoce además lo obsesivo y pasional que encierra para ella enfrentarse al lienzo o al papel.

Necesita abstraerse del resto del mundo para dar pinceladas que llegan al dictado del corazón, incluso con noches de dedicación plena. Desde el grafito al óleo o el acrílico y el pastel marcan sus retratos, sus paisajes figurativos aunque en ocasiones el trazo más sintético sugiera un acercamiento a la abstracción. Pero Ana Brea transita entre el realismo y el impresionismo, pero con una libertad que puede derivar en un futuro, porque no, ya que está al principio de ese camino, maravilloso e inescrutable a la par.

La artista con raíces paternas en Silleda, además de exponer, imparte clases de dibujo y pintura en el espacio vigués La Contenedora por las mañanas y para alumnos adultos. También lo hace en la librería viguesa A Klandestina. Ilusionada con sus nuevos proyectos artísticos, donde prevalece una pintura suelta y colorista, no duda en agradecer a su marido Kiko su apuesta compartida con ella, su apoyo incondicional en este nuevo proyecto de vida. Donde sigue prevaleciendo el amor y cuidado de Lucía, Nico y Andrés, sus pequeños como remarca orgullosa. El mismo sentimiento que transmite su padre de ella al elogiar esa pasión compartida, esa ilusión plena con un pincel o un lápiz entre los dedos.