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Más de 75.000 gallegos llegaron a vivir en el País Vasco, donde se abrió el primer centro de Galicia de Europa. En el monte Caramelo de Bilbao construyeron con sus propias manos su barrio, Masustegi
07 feb 2025 . Actualizado a las 10:29 h.Como bilbaína que es desde hace muchos años, cuando Mercedes Carreira responde al teléfono lo hace primero en castellano. Basta con decirle dos palabras en gallego para que la conversación discurra en la lengua que lleva en sus raíces. Las mismas que quiso trasplantar desde Vila de Cruces en su monte Caramelo, la colina que hicieron suya los gallegos de Bilbao.
En casa ya le han puesto dos veces la película de Marcel Barrera, El 47, con Eduard Fernández como protagonista y que es la excusa para llamarla ahora. Es la historia del conductor que secuestró el autobús que conducía para demostrar que era posible una conexión entre Barcelona y la Torre Baró, el monte que ningún catalán quería y cuyas fincas fueron comprando extremeños y andaluces. Mercedes no conoce en persona a Manuel Vital, el personaje real, ni estuvo en esa olvidada esquina de la capital catalana, pero sí vivió una peripecia como la de la película que parte como favorita en los Premios Goya.
«A historia repítese. Síntome identificada. Nós tamén secuestramos un autobús en Bilbao. Aquí houbo que pelexar todo, desde a chegada do bus á electricidade cando tiñamos luz de carburo. Agora xa temos paradas, pero antes non había nada», cuenta muy contenta y orgullosa Mercedes.
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UN EPISODIO DE CINE
Como también se refleja en la película, los gallegos que se fueron agrupando en este alto con vistas al estadio de San Mamés construyeron juntos, en comunidad y con sus manos, las casas donde hoy viven. «Tiñas que tela tellada antes da mañá, se non tirábancha. Chegamos aquí case de okupas, pero compramos os terreos e tiñamos as escrituras. Nunha casa vivían varias familias, ata que a seguinte podía facer outra», cuenta Mercedes, que llegó en 1956, con 20 años, a Masustegi, como así se llama este distrito bajo el que yace una cantera.
«O barrio non entra a formar parte da cidade de Bilbao ata o 2011. Iñaki Azkuna, o alcalde entón, deu o paso, que consensuou cos veciños. Nos anos 50 e 60 comezaron a levantar as vivendas aproveitando un vacío legal do franquismo, que non tiña a capacidade ou o interese de contruír máis vivenda social, polo que permitía que as persoas que tivesen levantado o tellado da casa a puidesen seguir facendo. Xuntábanse polas noites e levantaban un tellado. Pola mañá, cando chegaba a Garda Civil, daba a licenza para construíla. Miraban para outro lado», explica el realizador Davide Cabaleiro.
Él es de A Coruña, pero vive desde hace años en Bilbao. Cuando conoció Masustegi le surgió la idea del documental Sitio distinto, producido por la televisión pública vasca, la ETB. «Ver a película El 47 no cine foi unha gran e grata sorpresa. Cando fixen o documental, presentámolo en moitos festivais de Europa. Nun en Barcelona coñecín a un profesor de Socioloxía da Universidade Autónoma, Toni, de familia galega, que vivía en Nou Barris, ese barrio que fala galego e ten acento andaluz. ‘‘Un pouco máis arriba hai unha montaña'', díxome. ‘‘Alí hai unha zona moi similar a Masustegi, Torre Baró'', contou. E alí subimos», recuerda Davide.
Uno de los momentos que recupera en su documental Sitio distinto es el secuestro del autobús. «No caso de Masustegi, foron os veciños os que baixaron ata o centro da cidade e, colectivamente, secuestraron un bus na Gran Vía de Bilbao. Chegaron, montaron unhas 30 persoas de golpe, sen pagar, e dixéronlle ao condutor: ‘‘Directo a Masustegi''. Fixeron o mesmo unhas cantas veces, ata que o Concello deu o brazo a torcer», rememora Davide.
Mercedes, que tiene 89 anos y una vitalidad contagiosa, recuerda con una sonrisa aquellos años. «Todo iso foi moi divertido, tamén. Anos despois de vir, quixeron botarnos para facer aquí chalés de ricos. Tiraron algunhas casas e moitos amigos volveron para Galicia cando se xubilaron. Eu fun este verán a ver a un irmán, pero nunca quixen marchar cando quedei viúva, nin ir para un piso, como me dicían os fillos. A min isto facíaseme Galicia, a miña casa, como Larazo, a miña aldea», describe.
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NI SUIZA NI ARGENTINA
En la década de los 70 más de 75.000 personas de origen gallego residían en el País Vasco según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Hoy son algo más de la mitad: unos 42.000. Solo Castilla y León y Extremadura superan esta cifra.
La llegada masiva fue a finales del siglo XIX y la industria siderúrgica, con los Altos Hornos de Vizcaya, el imán migratorio. En Baracaldo, a 15 minutos en coche de Bilbao, está el Centro Galego de Bizkaia. Abrió en 1901 y es el más antiguo de Europa. El segundo más añejo del mundo, solo superado por el de Uruguay.
La primera vez que hablé con Mercedes Carreira fue en su casa, en el monte Caramelo, en el 2019, con motivo de unos reportajes sobre la comunidad gallega en el País Vasco. En su jardín, un arado traído desde Vila de Cruces saluda a los viandantes. Mercedes es una de las protagonistas del documental de Davide, y bien podría serlo de una película. A Bilbao se vino por su marido, que trabajaba en Productos Vulcanizados. Ella tuvo un ultramarinos.
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«O galego segue a ser hoxe a terceira lingua no País Vasco. Fálano máis de 42.000 persoas», me contó en aquella ocasión, en el 2019, Xosé Estévez. Este vecino de Quiroga fue profesor de Historia en la Universidad de Deusto y forma parte de una de las trece entidades gallegas que salpican el País Vasco, el Fato Cultural Daniel Castelao. «Foi Castelao o primeiro en acuñar o termo da Quinta provincia. Chamoulle así antes da Guerra Civil a Trintxerpe, o barrio de Pasaia (Guipúzcoa) no que vivían miles de galegos e do que saíu o Batallón Celta», desveló el historiador en el reportaje.
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Los mayores retornaron y los jóvenes se integraron. «A pegada cultural quedou. Non só nas esculturas de Castelao e Rosalía. Véxoo incluso no plano gastronómico. Cando cheguei aquí ninguén comía pulpo nin empanada. Hoxe atópalo en todos os bares de Trintxerpe», defiende Xosé Estévez
Como último dato, el conductor del Bilbobús, el autobús urbano que sube cada 15 minutos a Masustegi y en el que me subí para aquel reportaje en el 2019, era gallego, de padres de Melide. En la última parada, antes de apearme en el barrio, no podían faltar las esquelas de difuntos con apellidos gallegos y el corrillo de vecinos que consultaban la hora del funeral, para no perderse la despedida a uno de los suyos.