La deuda condena a un largo sacrificio al país de la crisis eterna

Manoli Sío Dopeso
m. sío dopeso VIGO / LA VOZ

ECONOMÍA

Sueldos, pensiones y gasto público caen en un ajuste sin precedentes

05 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Hay un tópico en Portugal. Cuando a un ciudadano le preguntan por la crisis, la respuesta casi siempre es la misma: «Aquí siempre estamos en crisis». Lo dicen con su habitual resignación. Pero esta vez es distinto. Ya no basta con devaluar el escudo (antigua moneda oficial) y seguir tirando. Ahora el país está intervenido, los portugueses ya no son dueños de su propio destino y lo saben. Por eso el pasado 5 de junio decidieron darle la vuelta al color del Gobierno y poner fin a 6 años de socialismo, para probar suerte con la derecha más recalcitrante (aunque amainada por la coalición con el centroderecha del CSD), encabezada por un primer ministro, Pedro Passos Coelho, que la misma noche de su victoria lanzó un aviso a navegantes: «Estoy dispuesto a cumplir los ajustes impuestos por el plan de rescate, y más allá». Y lo ha hecho.

Ha pasado justo un mes y lejos quedan ya Sócrates y sus cuatro infructuosos planes de austeridad; el último, nunca aprobado, le costó el Gobierno. «Ocurrió lo inevitable y Portugal le debe ahora 78.000 millones de euros a la troika (Fondo Monetario Internacional, Unión Europea y Banco Central Europeo) y la deuda nos ata de pies y manos», afirma Armando Botinas, un funcionario de la Cámara de Lisboa, mientras aguarda a su mujer a las puertas de una oficina de empleo. «Ya me bajaron el sueldo 200 euros y ahora Passos va a aplicar nuevos recortes, y aún así soy afortunado porque tengo trabajo», agrega.

El nuevo Ejecutivo, consciente de su limitado margen de maniobra, ha asumido el reto de la troika y, tijeras en mano, afronta una poda salvaje del gasto público que de momento ya ha hecho trizas el AVE Madrid-Lisboa (el Oporto-Galicia ya quedó descartado en plena campaña electoral) y todos los planes de nuevas infraestructuras. Paralelamente, el plan del Gobierno conservador ha ideado nuevas fórmulas recaudatorias que pesarán como losas sobre los hombros de una población cada vez más asfixiada y con menor poder adquisitivo. Y en un país en el que la brecha de la desigualdad se acrecienta de forma dramática. En esta «justa distribución del sacrificio», término utilizado por el presidente de la República, Cavaco Silva, para justificar el plan de austeridad ante los portugueses, los ciudadanos se verán afectados directamente por medidas como la nueva subida del IVA (actualmente es del 23 %), que encarecerá el gas, la electricidad y el combustible.

«No creo en los políticos, tengo dos hijos, me han retirado el bono de ayuda familiar y entre mi mujer y yo, trabajando los dos, ya no llegamos a los 600 euros al mes», cuenta Gilberto, un taxista lisboeta acuciado por el coste del combustible.

De forma inminente, el Gobierno luso aprobará también las indemnizaciones por despido, que pasan de 30 días por año trabajado a solo 10. La reforma incluye el recorte del subsidio por desempleo, que pasará de un máximo de 3 años a 18 meses.

Privatizaciones a la vista

Las privatizaciones son otro del los ejes del programa del nuevo Ejecutivo portugués, que pretende vender sus acciones en algunas de las mayores empresas del país (EDP, Red Eléctrica Nacional y la aerolínea TAP).

El tiempo apremia. Passos siente el aliento de los inspectores del FMI en el cogote. En su último informe, redactado pocos días después de las elecciones, con Sócrates todavía recogiendo su despacho, los agentes de la troika concluyeron que la recesión llegará este año a Portugal al 2,2 %, y un 1,8 % más en el 2012.

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