Lo que los griegos necesitan es que su primer ministro sea un héroe. Porque para no quebrar e irse al garete, al país le espera otra oleada de ajustes que enviará a la miseria a miles de personas. Y solo un héroe, en el sentido clásico, podría enfrentarse a los dioses del mercado para devolverle a esa sociedad rota por la crisis, la deuda y la inoperancia de la clase política, la esperanza de que algún día podrá disfrutar de los niveles de bienestar y progreso que alcanzó con el euro.
Sucede que Lucas Papademos, a quien todos dan por seguro sucesor de Yorgos Papandreu, no tiene madera de Ulises. Al contrario. El currículo de este economista de 64 años, cuerpo enjuto y aspecto de atildado y servicial funcionario, avala la imagen de tecnócrata que dibujan los perfiles que de él se publican en los medios helenos. Doctor en Físicas y en Economía, hasta ayer mismo daba clases en Harvard, adonde llegó tras su etapa como vicepresidente del Banco Central Europeo (2002-2008) y gobernador del Banco Central de Grecia (1994-2002). Fue él quien pilotó el abandono del dracma y quien diseñó la entrada del país en la eurozona.
Con todas las dudas que han surgido sobre la limpieza y oportunidad de aquel proceso, resultaría paradójico que ahora, como primer ministro de un Gobierno de concentración nacional, le tocara a él liderar el camino inverso. Y aunque no es un héroe, seguro que Papademos sabe que su única posibilidad de evitarlo pasa por comportarse como tal. Es decir, lograr lo que parece imposible: que Grecia pague lo que debe sin hipotecar su futuro por décadas. Una odisea mucho más difícil que la que enfrentó Ulises para regresar a Ítaca.