Califica de «gran líder» al presidente chino después de llamarlo «enemigo» y asegura que ha recibido llamadas de Pekín para sentarse a negociar una salida a la guerra comercial
26 ago 2019 . Actualizado a las 23:48 h.Comerciales, civiles o mundiales, las guerras tienen como una de sus principales víctimas a la verdad. La económica que Donald Trump tiene con China no es una excepción. En 72 horas, el presidente de Estados Unidos es capaz de calificar de «enemigo» al presidente chino, Xi Jinping, para después alabarlo como un «brillante» y «gran líder». No es extraordinario que el estadounidense diga una cosa y la contraria al mismo tiempo, aunque los mercados suspiran por un poco más de calma en Washington, máxime cuando la economía parece ir echando el freno y el riesgo de una recesión asoma en el horizonte. A menos de una semana de que entre en vigor la nueva ronda de aranceles aprobadas por Estados unidos y China, la verdad del estado de las negociaciones es, cuando menos, esquiva.
Trump abandonó Washington el viernes camino del G7 hecho una furia después de que Pekín anunciara la imposición de aranceles a buena parte de los productos de importación estadounidense que todavía no los tenían. En total, China anunció tarifas del 5 y el 10 % a productos por valor de 75.000 millones de dólares. El país asiático respondía de esta forma a los anunciados días antes por Estados Unidos. Un ojo por ojo que incendió al Trump más autoritario que, antes de subirse al avión camino de Francia, elevó las tasas ya aprobadas y llegó a «ordenar» a las empresas de su país que dejaran de comerciar con China. Con las bolsas derrumbándose el viernes, Trump cambió en Biarritz el tono de su mensaje hasta el punto de dejar caer que la suspensión o cancelación de los gravámenes es posible. Todo ello después de que el domingo dejara entrever un cierto arrepentimiento por su forma de manejar la situación. Desde la Casa Blanca salieron rápidamente a aclarar: el presidente está arrepentido, sí, pero de no haber aplicado unas tarifas todavía más altas.
Volvamos a la verdad en las guerras. No es la primera vez que Trump augura la buena nueva de un acuerdo. Ayer aseguró que en las últimas horas los acontecimientos han sido «muy positivos», más significativos «que en ningún otro momento», e insistió, como lleva meses insistiendo, en que los asiáticos «quieren llegar a un acuerdo» porque, argumenta el presidente, «si no lo hacen va a ser muy malo para China». Nada dice Trump de lo malo que es el tira y afloja entre ambos países para la economía de Estados Unidos, o cómo produce una inestabilidad a la economía mundial que ayer negó justo después de que, a su lado, el presidente francés, Emmanuel Macron, advirtiera de la peligrosa «incertidumbre» de este enfrentamiento. La guerra arancelaria, declarada con el propósito de nivelar la balanza comercial entre ambos países, ha provocado el descenso de China al tercer puesto de los principales socios comerciales de Estados Unidos, por detrás de México y Canadá.
La verdad es tan vulnerable en las guerras que gran parte de las últimas horas de Donald Trump en el G7 giraron en torno a unas supuestas llamadas que la delegación estadounidense habría recibido de Pekín para volver a la mesa de negociaciones. A Geng Shuang, portavoz de Exteriores chino, las llamadas no le constaban. Para Trump, un comunicado del viceprimer ministro chino, Liu He, las confirmaba. Pero el documento no menciona tales conversaciones, solo el deseo de unas «negociaciones tranquilas». Y Shuang añadió que, en caso de que Estados Unidos no recule en la aplicación de aranceles, «China continuará tomando medidas con determinación para salvaguardar sus derechos e intereses legítimos».