
La legitimidad del Partido Comunista depende de su capacidad para incrementar constantemente el bienestar de la población
13 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Una de las ventajas de China en la guerra comercial con Estados Unidos es que su régimen no tiene que enfrentarse a una opinión pública como la que ha forzado a Trump a recular. Esa es una idea muy extendida entre los analistas occidentales. Sin embargo, no es del todo cierta.
La legitimidad del Partido Comunista al frente de China depende de su capacidad para incrementar constantemente el bienestar de la población. Es un contrato social tácito que han respetado dirigentes y ciudadanos desde que el gigante asiático decidió desechar el maoísmo para abrirse al mundo. Así, la clase media ha crecido como nunca antes en la historia, la esperanza de vida ha superado a la de Estados Unidos, y el Gobierno está fortaleciendo el deficiente paraguas social con mejoras en sanidad y pensiones.
La renta per cápita se ha disparado y, con ella, el consumo interno que ha permitido crear multinacionales capaces de tratar de tú a las estadounidenses. A su vez, las ingentes inversiones en formación e I+D han propiciado un salto tecnológico sin precedentes. No obstante, en este auge se ha producido una excepción que ha dejado entrever qué sucedería en caso de que el contrato social se rompiese. Sucedió a finales del 2022, cuando la población china, harta del daño económico y social que estaba provocando la estrategia del covid cero, dijo basta y protestó directamente contra el Ejecutivo y su líder absoluto, Xi Jinping. Aunque la represión fue la primera respuesta, el Partido no tardó en tomar nota y en abolir la draconiana estrategia para combatir el coronavirus.
Desde entonces, China no vive su mejor momento económico. En los últimos quince años su crecimiento económico ha caído a la mitad, el paro juvenil se ha disparado a cifras récord, y el encarecimiento de la producción ha impulsado una deslocalización hacia países aún más económicos.
Cambio generacional
Y como a perro flaco todo son pulgas, el impacto económico de los aranceles de Trump puede tener repercusión en el ámbito social. Porque en el imaginario colectivo occidental, la china es una población paciente, sacrificada y muy resistente. Que ha sobrevivido a mil vicisitudes y se conforma con un bol de arroz. Y eso es así hasta los nacidos a partir de 1980. Porque desde la irrupción de los millennials, las nuevas generaciones solo han conocido bonanza. «Se han ido pareciendo cada vez más a los occidentales y han perdido capacidad de resistencia. Así se explica que hayan surgido corrientes contrarias a la excesiva competencia china, como la que llama a quedarse tumbado en el sofá», explica un profesor de Sociología de la Universidad de Fudan, en Shanghái. «Estamos desencantados, y ya no tenemos tanta confianza en el futuro como nuestros padres. Además, estamos más expuestos al mundo y vemos alternativas», afirma Huang Fang, una joven de Ningbo.
El gobierno chino es consciente de que estos factores pueden obligar a reducir su beligerancia con Trump si el resultado daña la economía en exceso. Por eso, ya ha echado mano de la receta social que mejor le funciona: arengar el sentimiento patriótico. Y el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, se lo ha dejado en bandeja de plata con sus comentarios sobre los 'campesinos chinos' que tienen en su mano la deuda de la superpotencia americana. Las redes sociales se han llenado de comentarios irónicos sobre los orígenes del propio Vance y de críticas contra la arrogancia yanqui. Las llamadas a boicots como los que en otros tiempos han sufrido Japón o Corea del Sur no se han hecho esperar.