 
	
											Es una emoción habitual y controlarla nos ayuda a construirnos como personas
14 oct 2025 . Actualizado a las 17:04 h.—Profe, ¿por qué me cuesta tanto empezar mis tareas? Abro el cuaderno, miro los ejercicios… pero como no me apetece nada, me pongo cinco minutos a ver mis redes y cuando me doy cuenta han pasado dos horas.
—Eso que describes tiene nombre: pereza. Es como un freno interno que nos impide ponernos en marcha. Y ojo, no eres el único: todos la sentimos.
—¿Entonces no soy vago?
—No necesariamente. La pereza no significa que seas incapaz o irresponsable, sino que tu mente busca el camino fácil, evitando el esfuerzo. Es una especie de modo ahorro de energía pero también una oportunidad para entrenar tu voluntad.
La pereza es un estado emocional que todos sentimos cuando nuestro cuerpo y nuestra mente nos dicen: «Esto me cuesta, no me apetece o me siento cansado». No es que seas flojo o que no tengas ganas, sino que tu cerebro está buscando evitar un esfuerzo que le parece pesado, aburrido o difícil. Es una señal de que necesitamos descansar, cambiar de ritmo o encontrar sentido a lo que hacemos. Por eso, sentir pereza de vez en cuando es algo normal y no tienes que sentirte mal por ello.
Pero también puede volverse un defecto, cuando esa sensación de no querer hacer nada se vuelve una excusa constante para no esforzarte. Si dejas que la comodidad decida por ti, la pereza deja de ser una emoción y se transforma en un hábito que limita lo que puedes lograr, y terminas perdiendo oportunidades para aprender, crecer y alcanzar tus metas. Cómo llevarte bien con la pereza:
1 | Escúchate. A veces la pereza es solo cansancio o aburrimiento. «¿Estoy sin energía o simplemente no tengo ganas?». Saberlo cambia todo.
2 | Da el primer paso. Empieza por algo pequeño, no hace falta hacerlo todo de golpe: abrir el libro, escribir una línea, preparar el escritorio. Empezar ya es media victoria. Proponte metas pequeñas porque al lograrlas te sentirás mucho mejor.
3 | No te engañes. No creas el «luego lo hago». Esa frase es la trampa favorita de la pereza. Cuantos más esperes, más difícil se hace.
4 | Busca el para qué. Preguntarte para qué haces esta cosa ayuda a darle sentido al esfuerzo. Cuando entiendes el sentido de las cosas, siempre vuelve la motivación.
5 | Cuida tu energía. Dormir bien, comer mejor y moverte un poco cada día ayuda más de lo que parece.
Cada estado emocional trae consigo un aprendizaje y una decisión. La pereza nos enseña a escucharnos y a reconocer qué nos frena. También nos recuerda que las ganas no siempre llegan antes de actuar: la motivación se construye con el primer paso.
Y, sobre todo, nos enseña a elegir entre quedarnos quietos o avanzar. Porque al final, la pereza no viene a detenerte: viene a ver si estás dispuesto a superarte. Cada vez que decides dar un paso adelante estás diciéndote a ti mismo que puedes más de lo que crees. Y eso no es solo moverse, sino madurar. Es aprender a hacer lo que toca, incluso cuando no apetece.
Y ahí está su enseñanza más profunda: que el esfuerzo, cuando nace de un propósito, no pesa… sino que construye.
Macarena Mauricio es colaboradora de Catemo Educación.