Hay técnicas para ayudarte a potenciar esa emoción
02 dic 2025 . Actualizado a las 17:15 h.—Profe, ¿por qué cuando hablamos de emociones siempre salen la tristeza o el miedo y casi nunca sale la alegría?
—Porque damos por hecho que la alegría no necesita explicación. Cuando aparece, lo vemos como algo normal sin pararnos mucho en ella.
—¿Y no deberíamos hablar de ella también?
—Claro que sí. La alegría es esa emoción positiva que te recuerda que estás vivo, que te recarga la batería, que te dice que te encuentras bien. Es la emoción que ilumina tus días más grises, la que te arranca la sonrisa y llena de brillo tus ojos. Hablar de ella es aprender a ver el lado bueno de las cosas, cuidarlo… y a dejar que te haga bien.
¿Por qué sentimos alegría?
Sentimos alegría porque algo dentro de nosotros reconoce que lo que está pasando nos hace bien. Es una reacción natural ante situaciones que vivimos como importantes o valiosas, o simplemente bonitas.
Por ejemplo, cuando conseguimos un logro como aprobar ese examen tan difícil o ganar un partido que nos parecía imposible. Cuando disfrutamos de momentos con las personas que queremos como nuestra familia o amigos, cuando recibimos buenas noticias o cuando hacemos actividades que nos gustan.
La alegría es importante porque nos permite a conectar con los demás y a fortalecer nuestras relaciones.? Mejora nuestra salud física y mental ayudando a que nuestro cuerpo y nuestra mente funcionen. Y nos motiva a repetir actividades o situaciones que nos hacen sentir bien, consiguiendo conocer mejor lo que es importante para nosotros.
¿Qué nos impide estar alegres?
Aunque la alegría es una emoción natural, hay veces que no somos capaces de encontrarla. Y eso es porque aparecen sus principales enemigos con la única intención de boicotear nuestros momentos más alegres. Si aprendemos a identificarlos habremos dado el primer paso para poder superarlos en cuanto aparezcan. Estos son algunos:
La comparación. Compararnos constantemente con otros sobre todo en redes sociales nos lleva a sentir que nuestra vida no es tan buena o divertida como la de los demás consiguiendo que nos desanimemos dejando de valorar lo que sí tenemos.
La prisa. Cuando vivimos corriendo, saltando de una cosa a otra la alegría no encuentra hueco para entrar. Ir siempre deprisa hace que todo lo vivamos por encima, sin detenernos en las cosas buenas que pasan a nuestro alrededor porque nuestra mente está en mil sitios a la vez.
La queja. A veces cogemos el hábito de protestar por todo: por los profesores, la comida, el mal día que hace, porque nuestros padres no nos dejan volver una hora más tarde a casa... Si nos pasamos el día quejándonos nos ponemos unas gafas grises que, aunque salga el sol, nosotros solo seremos capaces de ver que nos molesta la luz.
El perfeccionismo. El perfeccionismo nos hace sentir que siempre falta algo, que podríamos haberlo hecho mejor, que no merecemos disfrutar porque todavía no es perfecto. Esa exigencia nos impide disfrutar de los logros aunque sean muy grandes.
La alegría no aparece por casualidad. Sentirla sí puede ser algo espontáneo, pero cultivarla es una decisión. No siempre podemos controlar lo que sentimos, pero sí elegir qué hacemos con lo que nos pasa por dentro. Estas decisiones se concretan en gestos sencillos:
- Busca momentos que te recarguen: escuchar música, dar un paseo, hacer deporte, practicar aficiones que te entretengan, mantener una buena conversación sobre un tema que te interese. Lo pequeño cuenta, y a veces es lo que más nos sostiene.
- Presta atención a lo positivo: aprende a reconocer lo bueno (aunque sea mínimo) te cambiará la forma de ver las cosas y ayudará a poner el foco en lo positivo.
- Cuida las relaciones con las personas que más quieres: la alegría se multiplica cuando estás con las personas que te respetan, escuchan y quieren de verdad. No te olvides de cuidarlas.
- Haz cosas que tengan sentido para ti: cuando vives de forma coherente con tus valores, aparece una alegría más profunda. Elegir ese camino, incluso cuando cuesta, es un acto de madurez.
- Sé agradecido: ten siempre en mente lo que sí tienes y que te hace ser una persona afortunada. El agradecimiento afina la mirada, te recuerda que no todo está mal y te ayuda a valorar lo que tienes.
Al final, la alegría no es algo que aparece sin más, y tampoco depende solo de tener días perfectos. Es una combinación de emociones y decisiones que cada uno de nosotros podemos trabajar. No vamos a estar alegres todo el tiempo, pero sí podemos crear las condiciones para que aparezca más a menudo: identificando lo que nos hace bien, evitando lo que nos resta y cuidando lo que nos sostiene.
Porque una vida con alegría no es una vida sin problemas, es una vida en la que tomamos decisiones que nos ayudan a gestionarlos mejor.
Macarena Mauricio. Colaboradora de CATEMO Educación.