No creía en ideologías, y se consideraba anarquista, individualista, liberal y pesimista
03 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hoy traemos a esta sección a un escritor español, gran novelista que gozó en su tiempo de un merecidísimo reconocimiento y prestigio, y que hoy parece sepultado por la vorágine de los tiempos modernos de leer lo que se anuncia en los escaparates y en las librerías de los grandes almacenes. Pero son muchos los críticos y escritores que consideran a Baroja como unos de los más grandes novelistas que dio el siglo XX.
Pío Baroja y Nessi nació el 28 de diciembre de 1872 en San Sebastián. Era hijo de Serafín Baroja, ingeniero de minas y hombre interesado por la cultura, y de Carmen Nessi. Debido a la profesión del padre, la familia Baroja tuvo una vida bastante nómada. En 1879, se trasladó a Madrid, y en 1881 a Pamplona, donde residieron un tiempo. El hijo Pío estudió el bachillerato, y posteriormente, la carrera de Medicina en Madrid, en donde se doctoró (era necesario hacerlo para poder ejercer) en 1894, con una tesis acerca del dolor. Obtuvo una plaza de médico en Cestona, pero solo ejerció la profesión un año, pues se dio cuenta de que la medicina no era su verdadera vocación. Regresó a Madrid en 1896 para regentar, junto con su hermano Ricardo, la panadería de su tía Juana Nessi, pero ya había escrito algunas obras y, lo más importante, había decidido que su verdadera vocación era escribir. Al final se decantó por la literatura con estas palabras: «Era lo mejor que podía haber hecho; cualquiera otra cosa me hubiera dado más molestias y menos alegrías». Su pasado como médico está salpicado en todas sus novelas, sobre todo en El árbol de la ciencia. Baroja fue uno de los integrantes de la llamada generación del 98 (Ramiro de Maeztu, Unamuno, Azorín, Antonio Machado), aunque a él nunca le gustó que le encasillaran por sus obras.
Pío Baroja fue un gran viajero, recorrió España y parte de Europa, escribiendo y colaborando con la prensa. Su facilidad para escribir lo convirtió en un novelista prolífico y autor de algunas novelas muy celebradas por un público cada vez más numeroso. La llegada de la República en 1931 no fue recibida por él con mucho entusiasmo, más bien con indiferencia, aunque siempre sintió una querencia romántica por el anarquismo. Su carácter individualista y crítico con la sociedad de su tiempo lo fue haciendo un inconformista, que no encontraba fiable a ninguna ideología política. Solo le atraía la actitud crítica ante el presente que tenía delante y ante un futuro muy poco halagüeño. Baroja se definió a sí mismo como un liberal radical, individualista y anarquista. Su figura y su obra destacaron por su actitud independiente, escéptica en cuanto a la organización social y una preocupación profunda y sincera por las profundidades del alma humana. En 1935 ingresó en la Real Academia de la Lengua.
En julio de 1936, el comienzo de la Guerra Civil lo sorprendió en su casa de Vera de Bidasoa. Fue detenido y liberado al día siguiente, pero esto lo decidió a exiliarse en Francia. Durante la mayor parte de la Guerra vivió en París, escribiendo artículos para el periódico La Nación, de Buenos Aires.
En 1941 regresó de nuevo a su casa de Vera de Bidasoa, donde empezó a escribir el primer volumen de sus memorias: Desde la última vuelta del camino.
El 30 de octubre de 1956 falleció en Madrid. Su entierro constituyó un acto multitudinario. Camilo José Cela, que fue un ferviente admirador de Baroja, ayudó a transportar a hombros el féretro del escritor, y al entierro también asistió Ernest Hemingway.
Según él mismo nos explica, en su técnica narrativa han influido los grandes novelistas franceses del realismo (Stendhal, Flaubert, Balzac), rusos (Turgueniev, Dostoyevski), el inglés Dickens y el norteamericano Allan Poe. Pero Baroja se aleja notablemente de ellos porque muestra una mayor capacidad fabuladora y un cierto soplo romántico que aquellos no tuvieron.
Digamos que es sencillo, antirretórico y a veces hasta desaliñado, pero muy dinámico y expresivo. Es el suyo un estilo rápido, nervioso, que no busca la frase atildada y primorosa, sino la claridad y sencillez.
De la extensa bibliografía que nos dejó Baroja podemos destacar unas cuantas novelas por las que el tiempo no ha pasado. Siguen siendo lecturas recomendables por la reflexión que encierran, por las hermosas descripciones de paisajes y ambientes que nos regalan, y por los tipos humanos que les dan vida. Por ejemplo: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), Camino de perfección (1901), La busca (1904), Zalacaín el aventurero (1909), César o nada (1910), El árbol de la ciencia (1911), Las inquietudes de Shanti Andía (1911) o Vidas sombrías (1900).
En estas novelas encontramos casi el prototipo de los personajes barojianos: seres inadaptados o antihéroes que se oponen al ambiente y a la sociedad en la que viven, pero no son capaces de demostrar la energía suficiente para llevar lejos su lucha y sobreponerse a sus circunstancias. Por eso acaban frustrados, vencidos y destruidos, en ocasiones físicamente, en muchas otras moralmente, y, en consecuencia, condenados a someterse al sistema que han rechazado. Parecen enseñarnos el camino de cómo no debemos afrontar la vida.
Desde la última vuelta del camino (sus memorias compendiadas, Ed. Tusquets, 2006) es la observación y valoración objetiva de la realidad que le rodeó. Tenía conciencia de ser persona dotada de una especial agudeza psicológica a la hora de conocer a las personas; es un mito su pretendida misoginia, como se puede comprobar en los numerosos personajes femeninos de sus novelas, descritos con total imparcialidad, con sus defectos y virtudes, y algunos incluso resultan entrañables, como la Lulú en El árbol de la ciencia.
José A. Ponte Far es catedrático de Lengua y Literatura jubilado.