Rajoy ha laminado o neutralizado a sus posibles competidores internos en su carrera a la Moncloa

Enrique Clemente Navarro
E. Clemente MADRID/LA VOZ.

ESPAÑA

04 ene 2011 . Actualizado a las 02:00 h.

Con más de 18 puntos de ventaja sobre el PSOE, según algunas encuestas, lo que le dejaría el camino expedito a la Moncloa por el hundimiento de Zapatero, Mariano Rajoy está lanzado, se atreve con casi todo y no duda en imponer su autoridad. A su manera, cuando la decisión era ya inaplazable, pero sin que le temblara el pulso, ha liquidado al que fuera todopoderoso «general secretario» de Aznar. Ni el apoyo expreso del ex presidente del Gobierno, Esperanza Aguirre y de un hombre tan próximo al líder del PP como es Alberto Núñez Feijoo le han valido de nada.

Cascos ha probado la propia medicina que él recetó a sus compañeros de partido, cuando hacía y deshacía candidaturas. Así, no dudó en defenestrar al entonces presidente asturiano Sergio Marqués o, por ejemplo, a Alejo Vidal-Quadras, que le ha recordado ahora que le obligó a dimitir al frente del PP catalán tras lograr los mejores resultados de su historia.

El antiguo «dóberman» del PP se ha convertido en el último cadáver político del gallego, que actúa con guante de seda en puño de hierro cuando quiere o puede. Una ya larga lista en la que figuran desde destacados dirigentes con los que compartió Gobierno - de Zaplana y Acebes a Piqué y Juan Costa- hasta un referente para la derecha como María San Gil o el que fue su fichaje estrella en el 2008, Manuel Pizarro.

Dos focos de resistencia

Domesticado Gallardón, al que no permitió entrar en el Congreso, y alejado de la primera línea política Rato, Rajoy, al que se suele reprochar su falta de autoridad, ha cortado la cabeza o, al menos, las alas a quienes podían hacerle sombra. A la chita callando, marcando sus particulares tiempos y haciendo gala de una eficaz estrategia de desgaste, ha laminado a la vieja guardia aznarista, de la que solo quedan en la dirección él mismo y el incombustible Javier Arenas, otro habitual perdedor en las urnas.

Solo restan dos focos que parecen irreductibles, Madrid y Valencia, pero que no representan actualmente ningún desafío. La lideresa fue quien más lo puso en entredicho tras su segunda derrota ante Zapatero, pero hoy está neutralizada, y Francisco Camps, quien resultó decisivo para que se reafirmara al frente del partido en el congreso de Valencia, es un cadáver político andante. Aguirre no desaprovecha oportunidad para propinarle patadas en la espinilla, como la que ayer se encargó de administrarle su brazo derecho, pero es consciente de que no tiene nada que hacer para disputar el poder a un político que va a ser presidente del Gobierno.

Camps resiste de forma numantina pese a las evidencias del caso Gürtel. Rajoy no ha visto, hasta ahora, la forma de quitárselo de encima y ha tenido que refrendar su candidatura, una mancha para la imagen renovadora y regeneradora que quiere dar el PP. Pero la suerte que ha corrido Cascos, que creyó que su voluntad sería suficiente para doblegarlo, es un serio aviso. El líder del PP ha dado la espalda a la democracia interna, que sí aceptó en Baleares, pero se ha quitado otro rival de encima.