En los procesos de descomposición, los organismos se dividen en partes más simples y en la desmembración pierden las relaciones que le cohesionaban y daban unidad. Es la fase en la que se encuentra el Gobierno, sometido a dos fuerzas contradictorias, la reformista que impulsa Zapatero para tratar de llegar hasta el final de la legislatura, y la renovadora, que algunos denominarían transformista, de Rubalcaba para desmarcarse del Ejecutivo y tratar así de ganar aire de cara a las elecciones. Va a ser la primera ocasión en la que ningún candidato defenderá la gestión gubernamental. En la misma línea, no hay precedentes de que la crisis de Gobierno en ciernes la decida no el presidente, sino su segundo. O de que los miembros del Gabinete, como ocurre con Rubalcaba, Blanco o Valeriano Gómez, defiendan públicamente políticas contrarias a las que vienen aplicando desde sus ministerios respectivos. Son los efectos de la descomposición. Y ante ello la reacción lógica es tirar de escoba y recogedor para retirar los restos putrefactos. Es decir, convocar ya las elecciones.