«¡Nos van a matar!, ¡nos van a matar!»

m. cedrón / l. g. del valle REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

Andreu Dalmau | EFE

Varios de los testigos del atentado relatan los momentos de pánico vividos durante el ataque que convirtió el área más turística de Barcelona en una auténtica «zona de guerra»

18 ago 2017 . Actualizado a las 10:46 h.

«Vimos desde la tienda cómo, de repente, todo el mundo echaba a correr en la calle. Era como una estampida. Pensamos que eran disturbios hasta que escuchamos como alguien gritaba '¡nos van a matar!, ¡nos van a matar!'. Entonces nos encerramos. Aquí estamos esperando a que nos digan algo los mossos». Carla trabaja en un local de la calle Boquería. Son las seis de la tarde. Está encerrada en la tienda con sus compañeros. La información les llega a cuentagotas, de forma caótica. «Creo que uno de los terroristas se ha encerrado en el bar Estambul», sospecha. A esa misma hora José Lombardero, un empresario de Navia de Suarna con una cadena de diez locales de tapas en la ciudad, llama al establecimiento de las Ramblas desde la Barceloneta. «Me ha cogido el jefe de cocina, lo estaban interrogando. Está todo el personal encerrado dentro», dice. Fuera, el ambiente bullicioso que suele reinar en esas calles del centro se ha transformado. Solo se respira pánico.

Esa sensación es la que le produce a Ferrán Rodríguez, un trabajador de la cafetería Viena, también en las Ramblas, ver cómo una furgoneta se subía al centro de la calle y empezaba a acelerar para atropellar «a todo el que pudo, destrozando también los quioscos». Cuenta a Efe por teléfono: «Vi mucha gente herida y muerta. Los heridos no podían levantarse. Había mucha gente ensangrentada». 

atrapado en un laberinto

«Es bastante agobiante. Todo está cerrado, acordonado, lleno de policía» 

El caos continúa. José Ángel de la Villa, un gallego de Ourense que lleva toda la vida en Barcelona, lleva un rato buscando un camino entre las cintas de plástico que acordonan las calles. Tiene la sensación de estar atrapado en un laberinto: «Es bastante agobiante. La gente está bajando las persianas de los comercios. Resulta desolador. Parece que estamos en una zona en guerra. Todo está acordonado, lleno de policía». Mientras camina describe el escenario con el que se encontró al despertar de la siesta.

Habla de forma acelerada. Mezcladas con la suya se escuchan de fondo las voces de los policías van dando indicaciones de por dónde avanzar. Hay los que se brindan a acompañar a la gente a casa. Hay miedo. Lo que más aturde a este ourensano es ver cómo el bullicio de la calle ha acabado convertido en desolación. Nunca había visto algo como esto.

Es el dueño del bar Pastis, el emblema de la bohemia barcelonesa, ubicado en la parte baja de la Rambla. Vive a 100 metros del bar. Continúa avanzando y describiendo como las persianas continúan bajándose. Todo está cerrado: «El pub inglés, el comercio de al lado.... Tengo la sensación de estar en una zona en guerra. ¡Quiero salir de aquí! ¡No puedo estar aquí!, ¡Tengo que ver otra cosa!», repite con una sensación de angustia, de falta de aire. José Ángel asoma a ver qué pasa por la Rambla. «No hay nada de lo que habitualmente puedes observar. Veo turistas que llegan con maletas. No saben qué ocurre. La sensación acojona bastante. No pensé que fuera a vivir algo como esto. Sabes que ha pasado en París, en Niza, en Berlín, en Bruselas..., pero nunca piensas que vas a vivirlo tan cerca».

Aunque hoy (por ayer) no abrirá el Pastis, José Ángel quiera huir de la zona en la que vive, tendrá que volver por la noche. No le queda otra que ir a casa. 

temor a regresar

«No pienso ir a dormir a casa, aunque tengo compañeros encerrados allí» 

En cambio, Gabriela Antelo, una médico de A Coruña, no hará lo mismo. «Vivo al lado de las Ramblas, pero al salir de trabajar del hospital vine a la playa. No pienso ir a dormir a casa, aunque los compañeros de piso están encerrados allí», dice. En el H&M del Portal del Ángel, a escasos metros de Las Ramblas, Paula Prado está atrincherada con sus compañeros de trabajo: «El guardia de seguridad vino y nos dijo que había una amenaza de bomba. Aún no sabía que fuera un atentado. Nos obligaron a quedarnos dentro a los trabajadores, pero los clientes se quisieron ir y no los pudimos retener, ahora ya no hay aquí ninguno». «Seguimos nerviosos, no sabemos muy bien qué hacer, pero no nos queda otra que esperar», dice desde el interior de la tienda. 

encerrados

«Estamos pechados dentro do restaurante, agardando a ver que nos din. Esto dache moito mediño» 

No muy lejos del H&M, en la Plaza Real está el restaurante Tobogán. Su dueña, Manuela Amigo, una mujer de Os Ancares que lleva toda vida trabajando en Barcelona, estaba al pie del cañón cuando observó en la plaza la misma estampida de gente que observó Carla desde la tienda de la calle Boquería. «Somos como una docena de personas las que estamos encerradas en el restaurante. Hay gente que estaba en la terraza y el personal. Hay mucha confusión. Estamos esperando órdenes, pero probablemente acabemos cerrando», describe. Ella y sus trabajadores se enteraron del caos porque «la gente empezó a echar a correr y pronto los mossos marcaron un perímetro de seguridad. Todos acabamos ben aquí, pero esto dache moito mediño», cuenta por teléfono. 

refugiados bajo colón

«No sabía qué hacer. Salí corriendo a través del Raval. Llevo una hora corriendo» 

Correr y correr como nunca antes lo había hecho fue lo que hizo Osman, un joven de Marruecos que, como informa Efe, estaba en la plaza Cataluña cuando la furgoneta empezó a arremeter contra la gente: «Estaba comprando tabaco en un estanco y he oído un ruido tremendo. Al salir, he visto a muchas personas en las Ramblas, en el suelo, sangrando. Un quiosco estaba parcialmente destrozado. No sabía qué hacer y he salido corriendo a través del Raval. Llevo una hora corriendo», dice refugiado junto al mar, a la sombra de Colón. Cerca de él está Somé. Es un subsahariano que vive en la calle Hospital . Fue testigo directo del atentado. «He contado al menos cuatro muertos, creo», dice.

Las horas van pasando. Las fuerzas del orden permanecen en guardia, pero van dejando que los que estaban atrincherados puedan ir regresando a sus casas. José Lombardero también regresa a la suya. Logra coger un taxi. El coche va parando para recoger más pasajeros que mueven las manos desesperados para dar el alto. La noche cae sobre Barcelona. A todos les habría gustado que lo ocurrido hace tan solo unas horas fuera solo un sueño. No lo es.