Después de Franco, el Valle de los Caídos

Fernando Ónega
Fernando Ónega CLICHÉ PÁXINA PAR

ESPAÑA

Cruz del Valle de los Caidos, en la sierra de Guadarrama de Madrid
Cruz del Valle de los Caidos, en la sierra de Guadarrama de Madrid

24 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A las 10.30 de este jueves, los restos de Francisco Franco saldrán del Valle de los Caídos camino de Mingorrubio. Se espera una gran puntualidad y que nada falle en el dispositivo porque, que yo sepa, son el único desentierro y entierro que han sido profusamente ensayados, como si se tratase de una obra de teatro. Efectuada la inhumación cerca del palacio que durante tantos años ocupó el general difunto, algunos tenemos la esperanza de que su nombre entre definitivamente en la historia y deje de colarse en nuestra vida pública con la facilidad con que se cuelan todos los fantasmas. Ya hemos escrito alguna vez que este heroico trabajo de Pedro Sánchez y Carmen Calvo llega a su término en medio de una encomiable serenidad política y social. Seguro que el presidente socialista contaba con más revuelo, que le daría réditos en la campaña electoral.

Sepultado el Caudillo, el Generalísimo o el dictador, según quién lo diga, ahora queda la obra que más quiso y él pretendía que le diese dimensión de eternidad, como las pirámides de Egipto: el Valle de los Caídos. Esto no es fruto de la imaginación de este cronista. Es lo que dice el decreto de creación del monumento de 1 de abril de 1940. «Es necesario», escribe su autor, «que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido». Y añade que se eligió ese lugar conocido como Cuelgamuros para levantar «el templo grandioso de nuestros muertos, en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria».

Ese templo se terminó con el trabajo de presos pagados con comida y redención de penas. Ahora, 80 años después, y a pesar de los muchos estudios públicos y privados que se hicieron, nadie sabe qué hacer con él y con la desnuda, pero espléndida cruz, dicen que la más grande del mundo, visible desde kilómetros de distancia. Supongo que lo primero será eliminar los símbolos franquistas que hay en la fachada, como manda la Ley de Memoria Histórica. Sobre la cruz hay apuestas: los más rojos opinan que hay que volarla y los más azules y católicos se escandalizan con esa idea. Lo más deseable es que el templo sea, como se sugiere últimamente, un centro para la reconciliación y no de homenaje a los vencedores de una guerra entre españoles.

Cómo se consigue eso, no lo sé. Queda bonito sobre el papel, pero es difícil de lograr. Lo que este cronista pide es que no se destruya el Valle de los Caídos ni la Cruz, porque, gusten o no, representan una época de nuestra historia y allí descansan 33.000 restos de caídos en la guerra incivil. Y algo más: porque merece mucho respeto el trabajo de los 20.000 hombres que participaron en su construcción.