
El paso dado por Alemania y Francia para encarar el desastre económico que va a sacudir a Europa —y especialmente a España e Italia— configura la única noticia positiva en un escenario mucho más que preocupante. Consiste solo en una esperanza y aún está lejos de transformarse en realidad, pero es la prueba de fuego para creer que existe Europa. A menos de una semana de que la Comisión Europea presente su plan, crucial para afrontar la crisis, la propuesta de Merkel y Macron está muy lejos todavía de la requerida unanimidad. Cuenta con el rechazo frontal de Estados como Austria, Dinamarca o los Países Bajos, que se oponen a que los más afectados participen de un fondo de medio billón de euros.
En teoría, serán subvenciones no reembolsables, aunque todos los españoles saben ya que tendrán coste. De hecho, ya se ha anunciado que los países que reciban ese apoyo deberán afrontar «una ambiciosa agenda de reformas». Algo que, como ya ocurrió en la crisis anterior, consiste en apretar el cinturón a los contribuyentes.
Esa es la idea que maneja también el Banco de España, que, pese a todas las competencias que ha perdido, todavía conserva la especialidad de proponer soluciones asfixiando un poco más a los ciudadanos y a las empresas. Lo manifiesta cuando señala que hay que recaudar más por renta, sociedades e IVA. Es decir: puesto que España tiene en riesgo sectores con 3,75 millones de empleos y millares de empresas, es el momento de incrementar la presión fiscal.
No, no es el momento. Lo que se requiere ahora es un plan del Gobierno, de la oposición y de los agentes sociales para reanimar la economía, de forma que no se cumpla ese pésimo augurio: 20 % del empleo perdido, la mayor deuda de la historia, un déficit inasumible. Para ello hace falta un acuerdo político en España, que a todas luces parece hoy irrealizable. Basta observar la distancia entre el poder y la oposición, la fractura independentista y la fuerza del populismo en el Gobierno para saber que está muy lejos el consenso. Y hace falta que Europa, por una vez, demuestre que su crisis de crecimiento y el desarrollo de intereses dispares, cada vez más acrecentados, no le ha hecho olvidar su gen fundacional: el apoyo mutuo.
Si, por el contrario, los preocupantes diagnósticos y las peores recetas del Banco de España se cumplen; si la política española solo sirve para la confrontación, y si Europa se desentiende, tendrán razón los portavoces del Ejecutivo cuando repiten ante las cámaras su retórica letanía: «Nadie se quedará atrás». Cierto. Se quedarán todos. Las generaciones actuales y las que vengan después.