14 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

En un programa electoral caben cientos de mentiras. De hecho, muchos programas electorales son un compendio de mentiras. Y lo aceptamos porque la democracia, con sus imperfecciones, es el menos malo de los sistemas políticos conocidos. Ninguna junta electoral va a intervenir porque Abel Caballero, candidato del PSOE a la alcaldía de Vigo, reparta cada día propaganda en la que presume de haber dotado a la ciudad, como alcalde, de una nueva depuradora, de una nueva autovía a Pontevedra, de un puente de Rande ampliado, de un AVE directo a Madrid y de 10.619 pisos de protección. Da igual que esas obras no existan. No ocurre nada. Como tampoco importa que la candidata del PP, Corina Porro, cabalgue a lomos de la crisis como todos sus compañeros de España y prometa miles de empleos si se hace con el bastón de mando municipal. ¿Será que los regidores populares podrán decirle a los dueños de un astillero a cuántos trabajadores tienen que contratar o será que gracias a ellos los ayuntamientos van a tener más enchufes que los pasillos de una diputación? Del mismo modo que el fútbol perdería su gracia si los árbitros usasen tecnología para acertar en las jugadas dudosas, las campañas electorales serían todavía más aburridas si los jueces impidiesen a los políticos pedir el voto con mentiras. La demagogia es una baza esencial para ganar elecciones.