El 24 de marzo los Alpes franceses se convirtieron en protagonistas de una noticia que estremece. El copiloto de un Airbus de Germanwings que cubría la ruta Barcelona-Dusseldorf estrelló ese avión en un cañón a escasos dos kilómetros de Le Vernet con otras 149 personas a bordo. Desde que el humo marrón tomó la montaña, se desplegó un operativo enfocado a proteger a las víctimas y a sus familias. La prensa internacional concentrada en la zona cero es unánime: Francia ha dado en Los Alpes una lección de gestión de catástrofes.
05 abr 2015 . Actualizado a las 19:32 h.Es domingo. Han pasado cinco días desde que los vecinos de Le Vernet, una pequeña aldea de 150 habitantes en el distrito francés de Digne-les-Alpes, vieron ascender desde detrás de uno de los montes del macizo de Trois Evechés (Tres Obispos) una columna de humo marrón. Lo que primero identificaron como un incendio en realidad era la señal de una tragedia. Marcaba el lugar en el que se había esfumado la vida de las 150 personas que viajaban en un Airbus de Germanwings que hacía ya varios minutos había perdido el contacto con la torre de control. A unos dos kilómetros de ese escarpado cañón en la montaña, en una explanada en la que se levanta un cámping rodeado de pequeños chalés de madera para pasar el fin de semana, un grupo de voluntarios de la Cruz Roja francesa forman en línea.
Hieráticos, justo a su lado, hay miembros de Protección Civil y agentes del grupo de montaña de la gendarmería francesa. En formación militar levantan un muro que es, a la vez, muralla protectora y homenaje a las víctimas. Una muestra de respeto.
A menos de veinte metros, familiares de víctimas colombianas, venezolanas y peruanas que viajaban en el vuelo tienen los ojos fijos en la montaña. Detrás de la ladera que tienen ante ellos yacen aquellos de los que no tuvieron oportunidad de despedirse para siempre. Miran hacia lo alto desde la lápida de granito que han colocado ahí en honor de los que ya no están. A lo largo de los últimos días se ha convertido en un altar que se ha ido llenando de flores, fotos, cartas, recuerdos... El parapeto que forman los agentes de la gendarmería, de Protección Civil y de Cruz Roja está preparado para protegerlos en su pequeño paseo desde el monolito hasta la capilla improvisada en una de las salas del cámping que hay justo al lado. Para alejarlos del objetivo de las cámaras, para evitar que sufran más. Ese celo en el cuidado de las familias resulta equivalente al que tienen a la hora de recoger restos para la identificación de las víctimas. Nadie más allá de los encargados de la investigación, de los familiares o de las autoridades desplazadas a la zona cero el día de la tragedia y la jornada posterior, ha podido acercarse a menos de 300 metros de los cuarteles generales desde los que se dirige el operativo de rescate: la base de helicópteros de Seyne-les-Alpes, la carpa donde analizan las muestras que está junto al polideportivo municipal, el monolito en honor a las víctimas o los centros de ayuda y atención a familias. «Nuestra prioridad es proteger a las víctimas», recuerda el teniente coronel de la gendarmería francesa, Xavier Vialenc. Pero el blindaje no equivale a censura o ocultación de información. Que el desembarco de más de 1.000 periodistas en un lugar cuya población más grande cuenta con poco más de ese mismo número de habitantes no se convierta en un caos forma parte del operativo.
Ruedas de prensa abiertas a todo tipo de preguntas como la concedida por el fiscal encargado del caso después que se hubiera filtrado la conversación contenida en la primera caja negra, la distribución de imágenes de los trabajos en la zona cero y entrevistas de encargados de las diferentes partes del operativo a través de las agencias de prensa internacional, canales con alcance mundial o medios locales fue la fórmula para gestionar la información. El escenario de la tragedia -desde la zona cero en la montaña hasta Seyne-les Alpes o Le Vernet- se repartió en una especie de cuadrantes controlados por check points custodiados por agentes de la gendarmería móvil. «Hemos desplazado hasta aquí a todo el personal necesario», explicó el teniente coronel Vialenc.
Especialistas en identificación de restos, agentes de la montaña, los pilotos de helicóptero, responsables de Protección Civil, personal de apoyo de Cruz Roja, periodistas... todo el mundo estaba trabajando a destajo para cumplir el primer objetivo: identificar a las víctimas para mitigar el dolor de las familias. Todo el mundo era consciente del papel que tenía. Sabían cuál era la barrera que no podían traspasar y la respetaban. Porque adentrarse más allá no era fácil. El complicado acceso al lugar del accidente debido a la orografía escarpada de las montañas no ayudaba, pero en el momento en el que un objetivo lograba un tiro que pudiera traspasar esa línea que separa la información del morbo y la vulneración de la intimidad un gendarme aparecía de la nada para advertir de que eso no estaba permitido. Ese modo de trabajar no sorprende a la prensa francesa. Dicen que hace veinte años había más acceso, pero ahora no.
La población local también acató el orden impuesto. Entendían el exceso de celo y esperaban pacientes a que los agentes de los puntos de control les permitieran el paso a las viviendas levantadas dentro del cordón. Tampoco se molestaban cuando no les dejaban pasar hasta los pies del monolito para colocar sus ramos de flores frescas. El paso se cerraba cuando llegaba algún familiar. Durante el tiempo que duraba su oración ante la montaña, los habitantes de la zona dejaban sus ofrendas junto a un árbol que custodiaba la carretera. De Le Vernet, de Seyne, de Digne, de Marsella... llegaron pésames de flores o plantas fueron para los muertos. Toda Francia llora con Alemania, con España, porque, como explicó una pareja que llegó de Digne, «esto no es una tragedia, es un crimen».
La carretera que conduce hasta Seyne-les-Alpes tiene las curvas de una «mamma» italiana. Sobre todo cuando se va desde Digne. Ese pueblo de poco más de 1.000 habitantes se comportó como tal, como una madre volcada con un operativo que desbordó todas sus expectativas. La misma mañana de la tragedia fueron los vecinos de ese pueblo y los del cercano y pequeño Le Vernet los que ayudaron a los gendarmes a llegar hasta el lugar en el que se había estrellado el aparato. Prácticamente con la misma rapidez, esos mismos fueron anotándose en listados para ofrecer sus casas a las familias o para colaborar como traductores. Los hogares de algunos quedaron encerrados dentro del perímetro de seguridad del aeródromo habilitado como helipuerto o del entorno del polideportivo municipal adecentado para hacer las analíticas de ADN y para atender a los familiares. Decenas de unidades móviles de cadenas de todo el mundo formaron en la explanada adyacente al helipuerto, apoyadas por decenas de cámaras. Ese pulso informativo fue bajando a medida que pasaban los días. Algunas unidades fueron trasladándose a Le Vernet, donde estaba el monolito en honor a las víctimas. Otras emprendieron la vuelta a casa después de varias jornadas al pie del cañón. En el pueblo los periodistas, los gendarmes... comenzaron a dejar de ser desconocidos. Los vecinos saludaban ya con naturalidad a esas decenas de invasores que por culpa de una tragedia dieron a conocer al mundo dónde estaba Seyne-les-Alpes. Ojalá eso no hubiera ocurrido nunca. Ojalá que ese pueblo continuará como un punto anónimo del mapa de Los Alpes.