Epidemia nacional

josé antonio ponte far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

06 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que empecé a entender lo que era España, allá en las aulas del bachillerato, ya quise ser sueco, o noruego o suizo. Y, según las épocas, fui lamentando, más o menos, tener que vivir en un país con síntomas de alguna anormalidad, no sé si tipificada o no, pero que tiene mucho que ver con la imbecilidad. Es como una epidemia colectiva que acabó arrasando los valores de la razón y de la cultura que, sin remontarnos muy atrás, predicó una minoría de personas sensatas y de buena formación intelectual, desde Jovellanos a Antonio Machado, pasando por los líderes de la Institución Libre de Enseñanza. El esfuerzo de estos hombres acabó derrotado, como históricamente fue siempre normal en España, por el atraso y la ignorancia. Los de mi generación lo sufrimos viendo cómo triunfaban películas de Alfredo Landa en calzoncillos persiguiendo extranjeras o de Paco Martínez Soria con la boina como el mejor ejemplo de su cerebro. O cómo la revista y el periódico más vendidos eran el Hola y el Marca. Uno se dio cuenta muy pronto de que el país no daba para mucho más, a pesar de su apariencia de nación avanzada. Después vinieron cosas mucho peores y de imposible justificación racional y ética, pero que aquí se asumieron con total normalidad dentro de la tontería congénita que nos caracteriza. Estoy pensando en aquellos largos años, sin embargo tan recientes, en los que concejales elegidos por el pueblo, determinados periodistas y destacados profesores tenían que llevar escolta mientras los pistoleros y sus simpatizantes campaban a sus anchas por las calles. ¿En qué país normal, de nuestro entorno europeo, se vio nada igual? Algo nos pasa, sin duda, o somos tontos o nos hacemos los tontos.

Y lo anterior no son accidentes del pasado, productos de una tontemia ya superada, ahora que estamos instalados en la tecnología más avanzada y que tenemos más información que nunca. No, seguimos en las mismas. Sigue habiendo millones de personas que ven Sálvame de luxe y programas similares de la televisión. Y miles de compatriotas que disfrutan a tomatazo limpio en las fiestas de su pueblo; y otros tantos que, jugando con la pólvora, disfrutan por las calles de su ciudad estallando petardos y cohetes; y muchos más peleándose y saltando verjas para sacar a una Virgen en procesión; y docenas de ciudadanos normales vitoreando a ricos y famosos jugadores de fútbol procesados (y algunos ya condenados) por defraudar a Hacienda… Y lo que me ha llevado a esta reflexión tan poco optimista sobre nuestro presente y nuestro futuro, es lo último que se le ha ocurrido a grupos radicales de Cataluña y del País Vasco, tan en la vanguardia siempre de lo que sea destrucción y disparate. Esta fobia al turismo considerándolo un enemigo al que hay que batir en retirada no es más que otra muestra más de la tontería rancia y maliciosa de unos descerebrados. Atacar así a la primera industria nacional, capaz de ingresar ella sola más del 50% de todo lo que se recauda en España, es un acto que una persona normal tachará inmediatamente de irracional e injustificado. Puede que el excesivo número de turistas cause problemas en determinados lugares. Pero habrá que hablarlo en el lugar adecuado y tratar de resolverlo con medidas lógicas y razonables. Estos últimos tontos en llegar al escenario español, deberían saber, al menos, que con las cosas de comer no se juega.